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Columna
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Palabras

Rosa Montero

Por favor, basta ya. Basta ya de crispación, de insultos, de recelos mutuos. Tenemos que conseguir construir algo bueno a partir del 11-M: se lo debemos a los muertos, a los heridos, a las lágrimas de los que les lloran. Las bombas deberían unirnos, deberían reforzar nuestro sentido de colectividad, nuestro compromiso con la democracia. Y la democracia consiste en respetar al otro, en ser capaz de ponerse en el lugar del otro. Justamente lo contrario de lo que estamos haciendo. Tengo la sensación de que, desde los atentados, más que ciudadanos somos energúmenos. Está bien, es natural, todo ha sido muy fuerte, impensable, terrible. La angustia nos cegó y supongo que todos hemos desbarrado en algún momento. Pero ahora que los días van pasando hemos de hacer un esfuerzo por entendernos. Por ejemplo, a mí me ponen de los nervios esos manifestantes anti PP o pro PP que van vociferando por las calles: y, sin embargo, les comprendo. Comprendo su frustración, su ansiedad y su furia, porque todos tienen razones para sentirse heridos. Nos hemos herido todos tanto, más allá de lo objetivable y de lo razonable; estamos amasando tal pelota de afrentas. Y por desgracia los medios de comunicación no sólo no hacemos nada por contribuir a la serenidad, sino que estamos amplificando el griterío.

Contemos hasta cien antes de insultar e intentemos escuchar los argumentos del otro. Sobre todo dejemos de creernos en posesión absoluta de la santa razón, porque las santas razones suelen ser muy poco racionales, de la misma manera que la santa indignación por lo general no tiene nada de santa. Confío en la serenidad democrática de Zapatero y de Rajoy y en la de tantos españoles que se mantienen tranquilos. Pero los que gritan chillan mucho, y eso nos va crispando y va fomentando nuestros prejuicios, y nos hace incrustarnos cada vez más ciegos en nuestras pequeñas ideas. Todas estas palabras que nos estamos arrojando los unos a los otros son importantísimas porque van creando un campo de batalla. Así comienza siempre la negrura, así se inicia el rompimiento de una sociedad: con palabras sordas y palabras malas que acaban convertidas en pistolas.

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