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Columna
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Chicas y cine

La máxima transformación sexual desde el brote del amor libre ha sido el amor igual. Es decir, la tendencia creciente a la igualación de los amores masculinos o femeninos a partir de hacerse equivalentes sus situaciones reales. Después de haberse cumplido diez siglos de amor cortés apareció -a finales del siglo XX- el amor sin cortes. Ni el chico se veía ya obligado a la respetuosa timidez para acercarse a la amada ni la chica sería condenada por tomar iniciativas. Más aún: la relación de tú a tú comenzó a crear parejas sin amo, socios iguales del goce o del destino, sin nexos ni diversos contratos leoninos. La nuda propiedad del otro fue desapareciendo al compás de convenir que nadie se vendía a nadie, tanto porque su individualismo había ganado altísima cotización como porque la mujer iba alcanzando autonomía económica y, sigilosamente, autonomía total. Ahora se llega elocuentemente al caso incluso de que ella no necesita siquiera de él para ser madre, si fuera esto lo que prolongara la subordinada pesquisa del varón.

De este modo, pues, se inaugura un tiempo intersexual extraordinario. Hombre y mujer se miden bajo el mismo patrón y los términos del intercambio llegan a ser parejos. El sexo vale mucho por su valor de uso, pero ha perdido casi todo su mítico valor de cambio. Las mujeres ganan en consideración y trato humano la mitificación que pierden como personajes misteriosos e histéricos. Ganan en realidad la parte de divinidad antiguamente cultivada en purpurina y, como consecuencia, ellas parecen más hombres, mientras los hombres, más hembras. De tal contagio recíproco ha cundido una mixtura con sus propios síndromes, y un código de comunicación que, recordando continuamente la igualación, rechaza los brotes de inferioridad y toda alusión a las escalas. Así, por tanto, mientras hace unos años seguía siendo una práctica varonil invitar a una chica al cine, hoy la chica se revuelve y se apresura nerviosamente a pagar en señal de rebeldía y rechazo del artificio. ¿Invitar ahora a las mujeres a ser ministras? ¿No se trata de una idea de hace medio siglo? ¿No suena más a falta de tacto, machismo disfrazado, caballerosidad trasnochada, anochecer de la imaginación?

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