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Reportaje:

Polígono Lavapiés

Gallardón quiere limitar y regular los negocios de venta al por mayor que proliferan en el multicultural barrio

Lavapiés. Mediodía de una jornada festiva. Parejas con niños, ancianos con sus bastones, gente de todas nacionalidades compartiendo bancos al sol en la plaza. En las calles de los alrededores, algunos negocios abiertos, la mayoría regentados por extranjeros. A simple vista no hay ningún problema de integración: dos marroquíes departen con una señora española que juega con su pequeña.

"Me da igual que sea fiesta. Yo abro, vendo lo que pueda, y mientras estoy arreglando cosas aquí en la tienda", explica Arturo, un peruano propietario de una tienda de artesanía desde hace 14 años en la calle del Sombrerete. Confiesa que todo resulta mucho más caro en el barrio desde hace, al menos, cinco años, cuando se produjo la eclosión de los negocios de mayoristas.

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Un atasco continuo

"Hay tiendas de mayoreo por todos los lados. Cada vez somos más y la competencia lo complica todo", dice, aunque reconoce que no ha sufrido problemas con el resto de vendedores. "Aquí todos somos de Lavapiés, de todas las nacionalidades", asegura, y afirma tajantemente: "Aquí no hay guetos".

Esta opinión no es la que se tiene en el Ayuntamiento de Madrid. El alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón asegura que las "políticas de integración" han fallado en este barrio, el más mestizo de la ciudad con un 30% de población inmigrante. Destaca la proliferación de "irregularidades económicas y actividades no legales", como la venta de productos falsos o la concentración de comercios mayoristas en pleno centro urbano.

Y promete "limitar la extensión del comercio mayorista" y establecer fórmulas para "desplazar a polígonos industriales" el ya existente. A través de un "plan de choque" consensuado con las asociaciones de vecinos se cerrarán aquellos establecimientos que no cumplan con la normativa y a los legales "se les propondrá un traslado".

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En Lavapiés ya apenas quedan comercios tradicionales. Las ferreterías, panaderías, entresijerías... se han convertido en tiendas de venta al por mayor de bisutería, bolsos, ropa o todo tipo de objetos. Según los datos de las asociaciones vecinales, sólo entre las calles Mesón de Paredes, Amparo y Tribulete hay 380 locales de mayoristas.

Hussein lleva en España desde 1992. Es el dueño desde hace cuatro años de una tienda de accesorios en el barrio. Lavapiés fue su primer destino, aunque también probó suerte en Galicia. Cuando consiguió legalizar su situación, se trajo a su familia. Dos de sus tres hijos han nacido en Madrid. "Yo no puedo permitirme trasladar mi negocio fuera de aquí. No porque no quiera, sino porque no puedo", argumenta.

Hussein, cuyo local no mide más de 45 metros, estuvo buscando una nave en un polígono de Fuenlabrada. Le ofrecieron un local de 100 metros por más de 5.000 euros al mes. "Es imposible. Ni yo ni la mayoría de los que tenemos negocios en Lavapiés podemos pagar esas cantidades", asegura, pero se muestra abierto a la posibilidad de trasladarse a un polígono "siempre que el Ayuntamiento nos ayude con los gastos".

Muchos de los dueños de mayoristas de Lavapiés son indios. Regentan tiendas de repuestos de móviles, de ropa y de complementos. Apenas hablan español, pero algunos coinciden en que tienen "miedo" a raíz de las dos detenciones de compatriotas suyos por los atentados del 11-M. "No todos somos iguales y estamos aquí ganándonos la vida", afirma uno de estos tenderos de la calle del Amparo.

El presidente de la asociación de vecinos de La Corrala, Manuel Osuna, cree que el Ayuntamiento debería contar más con las opiniones de los residentes del barrio para tomar decisiones. Se refiere, sobre todo, al plan de rehabilitación iniciado en 1997 y financiado a medias con la Comunidad que ha mejorado el estado de plazas y calles y ha dotado al barrio de nuevos equipamientos culturales (la UNED, la renovada sala Olimpia) pero no ha resuelto uno de los cánceres del vecindario: la infravivienda.

Según los propios datos municipales en la zona hay 2.500 casuchas que por su ínfimo tamaño, mala ventilación o carecencia de servicios básicos como el retrete son más chabolas que viviendas. Pero el plan de rehabilitación sólo ha conseguido erradicar, por ahora, un 20% de estos chiribitiles.

Plan de choque

El "plan de choque" anunciado ahora por Ruiz-Gallardón sería ya el tercero dirigido a la mejora de este vecindario. Antes se pusieron en marcha otros dos: el ya citado de rehabilitación urbana y otro, de atención social y educativa, iniciado hace cuatro años tras la alarma social desatada por los numerosos robos cometidos por un grupo de adultos y de niños de la calle magrebíes, conocidos como la banda del pegamento.

"Lavapiés ha cambiado mucho en los últimos años", asegura Miguel Ángel, 46 años, miembro de la tercera generación de una familia de este barrio. "Aquí no habría problemas si no fuera por la falta de trabajo. Cuando la gente está ociosa es cuando se cierra en sus grupos y forma follones", explica. A su lado Ana, su novia brasileña, que reside en Lavapiés desde que llegara a España hace doce años opina: "Jamás he sufrido una discriminación por ser extranjera".

Lavapiés ha cambiado. Sus tiendas multicolores ofrecen ahora productos muy diferentes a las gallinejas de antaño. El problema es que se ha convertido en un gran mercado de venta mayorista. A cualquier hora del día hay furgonetas cargando o descargando enormes cajas. Paran en medio de la calle y generan atascos, ruidos y suciedad. Y los vecinos quieren un barrio donde residir, no un polígono comercial.

BERNARDO PÉREZ

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