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Reportaje:

Primos pobres de la Copa del América

Más de 80 embarcaciones utilizan una acequia junto al nuevo cauce del Turia como amarre

Ignacio Zafra

El Nino remonta el canal pasadas las dos de la tarde, lento pero seguro, con tres tripulantes a bordo. Ninguno tiene la pesca como oficio, pero todos presentan el aire recio de los hombres de mar.

La barca es una de las más de 80 habitualmente amarradas en la acequía que, al norte, transcurre en paralelo al nuevo cauce del Turia. Las hay de plástico y de madera, y todas miden menos de seis metros de eslora. Sin claro permiso oficial, son la otra cara de la glamourosa afición por la náutica, son los parientes pobres de la Copa del América.

El canal, que antiguamente transportaba los fluidos de la depuradora de Valencia, recoge hoy la lluvia que cae sobre la capital y también parte del agua de la acequia de Favara. Cerca de la desembocadura tiene color verde, y quienes la conocen aseguran que los días de tormenta arrastra cadáveres de perros y gatos, de ratas e incluso alguna gallina.

"Para hacerte socio del Club Náutico tienes que pagar un millón de pesetas"

El uso como puerto se remonta, según Juan Mora, a los años setenta. "Con la llegada de la democracia", el alcalde pedáneo de Pinedo llegó a un compromiso verbal con varios aficionados a la pesca para que pudieran atar allí sus barcas. Desde entonces el número se ha multiplicado hasta rondar las noventa.

Los propios usuarios han desarrollado todo un conjunto de ingenios que les permiten acercarlas y alejarlas de la orilla mediante unos cables -para dificultar los asaltos-, acceder a ellas mediante escaleras artesanales o sujetarlas convenientemente en previsión del viento. El refinado nivel de organización alcanzó su cima hace tres años, cuando el "90%" de los propietarios decidieron constituir la Asociación de Embarcaciones del Canal y registrarla como tal.

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A bordo de El Nino, Juan Mora, presidente de la asociación, explica que sus objetivos son conseguir un lugar digno bajo el sol para todos aquellos apasionados de la pesca que no pueden asumir las elevadas cuotas que exigen instituciones como el Club Náutico de Valencia, situado muy cerca de allí. "Por hacerte socio te piden un millón", acorta un compañero.

De físico rotundo, con jersey y gorro de lana, Mora explica que entre los asociados hay trabajadores y jubilados. "Gente con tiempo libre", añaden a su lado. Pero hay de todo. Mora por ejemplo trabaja en la Ford. Como hoy tiene jornada de tarde ha salido "bastante temprano" a pescar: "Hacia las seis de la mañana".

Las licencias que poseen no les permiten alejarse de la costa más de un par de millas. Para Mora y sus acompañantes es suficiente, y se refieren a la experiencia como "una maravilla".

La asociación se ha dirigido al Ayuntamiento de Valencia para conseguir una solución a la precariedad actual: Los esqueletos de un par de barcazas hundidas asoman desde las profundidades, posiblemente agujereadas por "gamberros", dice Vicente, aspirante a comprar por "menos de 6.000 euros", una de las embarcaciones que permanecen sin utilizar. La otra amenza son los robos, habituales por la noche en esta zona inhóspita rodeada por carreteras y vías de servicio. "Cada día tienes que cargar con el motor auxiliar, que llevas por si falla el principal", señala Mora.

Los asociados del Canal y del Club Náutico no son los únicos aficionados a la pesca que hay por allí. Como en una miniatura de la estratificación social, entre ambos extremos hay un delgado espacio cuyos usuarios han bautizado con el nombre de Puerto de los pobres. Dentro del recinto vallado hay unas decenas de barcas, bidones con gasóleo, un paellero, y una suerte de bar aislado por lonas de plástico.

Aunque no gocen de los lujos del Náutico, los miembros del Puerto Pobre son unos privilegiados. Y lo saben. En su embarcadero no cabe un alfiler y las plazas se protegen de los extraños con esmero. Llegados a este lugar desde su antiguo emplazamiento cerca del reloj del puerto, ostentan lo que ellos llaman "derechos adquiridos". Cuando las autoridades portuarias les desalojaron les ofrecieron una concesión por la que cada socio paga unos 420 euros al año por tener su barca a salvo.

Organizan torneos de pesca, hacen paellas y tachan a los asociados del canal de okupas, "porque no pagan un duro".

Puesto que la Ley prohibe que los dueños de embarcaciones de recreo vendan lo pescado, no es extraño preguntarse qué hacen con ello. "Depende de cada uno", dice Vicente. "Cuando empiezas a salir, si coges unos cuantos kilos, los repartes entre familiares y vecinos. Lo malo es cuando llegas la siguiente vez cargado de bolsas y ves cómo los vecinos se esconden o se escapan por las escaleras. "Por eso", explica "los que conocen a dueños de algún bar acaban vendiéndolos bajo mano".

Desde el Canal se ven las ruinas de lo que fueron las alquerías y campos de La Punta, y más allá, como un decorado teatral, se alzan las formidables grúas del puerto. Junto al muelle Príncipe Felipe está el Club Náutico de Valencia.

El contraste con los otros dos lugares es abismal. En el Club hay más de 900 barcos, desde siete hasta 60 metros de eslora. Dispone de un desahogado aparcamiento, de tiendas, restaurantes, gasolinera, de un sistema de seguridad provisto de cámaras y hasta de una biblioteca. En su página de Internet se anuncia la venta de un amarre de 11 metros de eslora por cuatro de manga por 39.667 euros. La compra de una de estas plazas, aclara uno de los responsables, rebaja el coste por hacerse socio de 6.000 a 3.000 euros.

En la ribera del canal, Mora y sus amigos vacían las bolsas repletas de peces sobre el suelo. Mientras acuerdan el reparto de los salmonetes, el presidente confía en que su situación se resuelva para bien, en que el efecto transformador de la Copa del América no se olvide de ellos, de esta especie de desheredados de la pasión por el mar.

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.

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