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Columna
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Nariz

"SU VAN GOGH es un falso", le dice S., un millonario y coleccionista, a otro millonario y coleccionista, llamado Baretta, que desafortunadamente acaba de pagar una cifra astronómica por el cuadro. El diálogo entre ambos se hace cada vez más tenso, sobre todo, cuando el defraudado comprador se percata de que S. no está dispuesto a ocultar el informe de un experto que demuestra la superchería, hiriendo de esta manera más el orgullo que el caudaloso bolsillo de su rival. Si S. se resiste a la componenda de echar tierra sobre el asunto es, según declara, porque, en un mundo plagado de falsedades, él ha elegido ser intransigentemente veraz en el sacrosanto terreno del arte. Sin apartarse de esta tesitura, S. no se deja intimidar ni siquiera cuando recibe la amenaza de ser tratado, a la primera ocasión, de la misma manera. Escrupuloso hasta el extremo en lo tocante a su propia colección, S. no imagina cómo alguien puede ponerle así en entredicho, quizá porque todavía desconocía que su joven y bellísima mujer, Alfiera, a la que consideraba su más preciada obra maestra, había sido sometida a una operación de cirugía estética que transformó su nariz grotesca en un perfecto apéndice. Al recibir el correspondiente documento gráfico de esta falsificación facial, S., muy coherente con su teoría de la veracidad absoluta en relación con la belleza, obtuvo el divorcio y, en lo sucesivo, se limitó a coleccionar obras de arte inertes.

El autor de este divertido cuento, titulado El falso, publicado en 1962, con otros en la antología Los pájaros van a morir al Perú, fue el francés Romain Gary, quien, como es sabido, tras suicidarse en 1980, desveló el secreto de que él era también el famoso y laureado escritor Émile Ajar, a través de cuya falsa identidad había intentado burlarse de los críticos literarios que habían cuestionado la calidad literaria de su auténtica personalidad. Broma sobre broma, ya fuera mediante la pura ficción o mediante una vida ficticia, el juego de identidades de Romain Gary fue más allá de lograr una nueva ingeniosa ilustración del clásico proverbio de que "las apariencias engañan", aplicado, en el caso de El falso, como escarmiento del tropel de vanidosos ricos que pululan por el más que proceloso mundillo mercantil del arte, porque, en la actualidad, no digo ya que éste, sino prácticamente toda nuestra realidad es ella misma una mera ficción, un artificio estético absoluto, en el que las narices y los cuadros nacen, como quien dice, "replicados": son productos de diseño, el resultado de una maquinación.

En Caminos a lo absoluto. Mondrian, Malévich, Kandinsky, Pollock, Newman, Rothko y Still (Turner-FCE), John Golding relata cómo estos grandes representantes de la vanguardia del XX lucharon por lograr un lenguaje plástico puro, autónomo, autorreferencial, cuyo utópico alcance no desanimó a quienes emprendieron, con plena consciencia, semejante hazaña, si bien jamás ninguno de ellos pudo imaginar que el futuro pondría en entredicho su esfuerzo cogiéndoles impremeditadamente por la nariz.

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