Historia de amor en la sala de reanimación
Una mujer ecuatoriana acude dos veces diarias a la UCI del Clínico para ver a su novio, el marroquí Bendaud Enkhamnichi
La procesión se inicia dos veces al día. A las 11 de la mañana y a las siete de la tarde. La escena siempre es la misma. En la tercera planta del Hospital 12 de Octubre, en la entrada al ala de Cirugía, una enfermera va recitando con voz monótona el nombre de los pacientes. Disciplinadamente, en silencio, dos familiares por cada enfermo cruzan el umbral. Se embuten una bata verde y entran en la sala de Reanimación. Tienen 20 minutos. Un tiempo demasiado escaso para consolar a los seres queridos. Desde la tarde del 11 de marzo, Sonia, una cocinera ecuatoriana de 29 años, no falta a ninguna de las dos citas. No piensa en otra cosa. No come ni duerme. Tiene los ojos hinchados de tanto llorar. En la cama 11, se debate entre la vida y la muerte, con los pulmones destrozados, su novio, Bendaud Enkhamnichi, un electricista marroquí de 28 años. Aguardaba en el andén de Atocha cuando estalló el tren procedente de Guadalajara. Para Sonia, Bendaud es, simplemente, Ben. "Mi marido aunque no estuviéramos casados".
"Mi familia se va a enterar ahora del amor entre una cristiana y un musulmán"
Su historia de amor no ha sido fácil. En el mundo de la inmigración no abundan las parejas entre marroquíes y ecuatorianos. Entre una cristiana y un musulmán. Una suerte de West side Story a la española. Ella lo reconoce: "No lo sabían ni mis hermanas, ni en el trabajo, bueno... ahora se van a enterar; será por la religión, pero no estaba muy bien visto". Sonia y Ben se conocieron hace tres años en la Asociación Solidaria para la Integración Sociolaboral del Inmigrante (ASISI). Sonia estudiaba árabe. Y Ben quería conocer gente. Es un tipo abierto y simpático. Con fama de "buenazo" entre sus compañeros españoles. "Comenzamos como amigos, como buenos amigos, y algo fue creciendo entre nosotros. Todavía era pronto para pensar en hijos y todo eso, ya vivíamos juntos, pero cada uno en su habitación. El miércoles vimos el partido del Madrid, nos dimos un beso y nos despedimos. Ahora, si Ben se muere, yo me vuelvo a Ecuador. Aquí ya no pinto nada".
Ben hacía todos los días el mismo recorrido. Puntual como un reloj. De su casa, en Campamento, al oeste de Madrid, a Atocha, en metro. Y de Atocha a Coslada, en el este de la Comunidad, donde trabaja en una empresa de electricidad, en tren de cercanías. Siempre a la misma hora. "Y siempre se ponía en el mismo sitio del andén, al final, para tener que andar menos cuando se bajaba en Coslada. Sí, recuerda la explosión. Me lo pudo contar el primer día. Estaba bastante lúcido. Ahora no puede decir ni palabra. Se ahoga". Según un doctor que ha atendido a Ben y prefiere el anonimato, "llegó con un fuerte traumatismo abdominal y torácico. De lo primero se ha recuperado; el problema son los hematomas en los pulmones; su estado es crítico. Sólo nos queda esperar. Tener mucha paciencia".
En la sala de reanimación hace calor, la luz es tenue y las conversaciones en voz baja de los familiares son acompañadas por el susurro de los respiradores. El trato de los profesionales es correcto y profesional. Bendaud está entubado en la cama número 11; en el pecho, los electrodos de un electrocardiograma, en los brazos, las agujas de sendos goteros. Su respiración es entrecortada. Un enorme costurón le cruza la frente. Cuando Sonia le acaricia el pelo muy corto, negro y rizado, él sonríe. Y vuelve a cerrar los ojos. Sonia se vuelve y llora desconsoladamente.
En la cama número tres de la misma sala yace David Gardyn Martín, otra joven víctima del atentado. David quedó atrapado entre los restos de uno de los trenes y tuvo que ser rescatado por los bomberos. Cuando se le pregunta a su madre por su estado, ella hace un mínimo gesto en dirección a donde deberían estar sus piernas. Sólo hay una.
Ben es uno de los 14 heridos marroquíes del atentado del 11-M que continúan internados en centros médicos de Madrid. Dos están en estado crítico, uno es Ben, el otro, un paciente en coma en el hospital Gómez Ulla. Tres más han muerto y ya han sido repatriados a Marruecos.
En una mezquita en Villalba, al Norte de la capital, ayer por la noche una docena de hombres rezaban por los muertos y los heridos. Se palpaba el miedo. A la incomprensión y la xenofobia. No exageraban. Esa misma tarde, una mujer española le lanzó a Sonia una frase como un puñetazo: "¿No te da vergüenza ser novia de un marroquí, con lo que nos han hecho?".
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