Jennifer ya no quiere ir a clase
Una familia de inmigrantes ecuatorianos halla a su hija desaparecida
Jennifer ya no quiere ir a la escuela. Tampoco quiere dormir. Unas veces grita sin razón, otras se pone a correr sin ninguna dirección. De vez en cuando, su padre, Milton Fajardo, la pilla llorando en su habitación, entre las muñecas que antes del 11-M eran su juego preferido. Ahora las ignora. Su vida ha cambiado, como la de todos los pasajeros del tren que hacía el trayecto desde la estación de Entrevías a la de Atocha, poco antes de explotar a las 7.39.
"Es como si hubiera madurado de un día para otro. Aparentemente parece una niña normal, pero cuando escucha las conversaciones sobre los atentados terroristas, asume una actitud muy seria y escucha con atención", asegura el padre de esta familia de inmigrantes ecuatorianos, que trabaja como albañil en Vicálvaro.
Jennifer es la parte más vulnerable de los Fajardo, pero no la única afectada. Su madre, Nilsa Arrobo, aún se recupera en la habitación 510 del hospital La Paz. Ella es una de las 16 víctimas que aún permanecen ingresadas en el recinto sanitario: tres en estado crítico, 12 de gravedad, y una con heridas leves. Desde el 11-M, el personal de La Paz ha recibido a 52 pacientes.
Esta madre ecuatoriana, que trabaja de cajera en la cadena de supermercados Día, salió ayer por la mañana del área de cuidados intensivos. Se recupera poco a poco de diversas lesiones. Un pulmón con coágulos de sangre, ausencia de un bazo extirpado, sendas heridas en la cabeza y en la sien, además del impacto psicológico que la hace llorar cuando recuerda la tragedia, son algunas de las secuelas que dejaron en ella las bombas.
"Yo viajaba de pie en el tren, con mi hija y una vecina. Después recuerdo que estaba tirada en el suelo con un terrible dolor en el pecho", cuenta, con un hilo de voz debido a la dificultad que tiene al respirar.
Ni ella ni nadie puede saber por qué la pequeña Jennifer apenas sufrió un rasguño. "Tal vez fue porque yo estaba apoyada de espaldas a la ventana del vagón; pero todavía no entiendo cómo se salvó mi hija. Estaba junto a mí, y de repente no la veo más. Con un dolor de cabeza insoportable, me preguntaba completamente desorientada: ¿Dónde estoy?".
En los pocos minutos que conservó la lucidez, buscó a Jennifer entre el revoltijo de escombros y muertos. Luego fue trasladada por "alguien" en una camilla improvisada, lejos del lugar del siniestro. "Todavía no llegaban las ambulancias cuando me estaban llevando en volandas. Después no sé qué pasó. Tengo la memoria en blanco". Durante esos minutos suplicó a quienes la ayudaron que llamaran a Milton. Miles de víctimas quedaron incomunicadas al perder los móviles la señal de cobertura. Y Nilsa quedó inconsciente sin tener noticias de ninguno de sus dos familiares.
La niña estuvo desaparecida hasta las seis de la tarde, cuando la vecina que viajaba en el tren con Nilsa llamó a Milton para decirle que estaba a salvo. Pero hasta entonces, todos la daban por desaparecida. En la edición especial del 11-M, apareció en este periódico que se desconocía su paradero. Pero la vida ha querido que la pequeña siga asistiendo a la escuela Antonio Moreno Rosales, en el distrito de Lavapiés. Sin ninguna herida, pero con un trauma que difícilmente superará.
"Cada vez que subimos a un tren, se pone a llorar y tiene el temor de que explote. Yo intento calmarla, diciéndole que eso no va a pasar; pero la verdad es que ya nadie sabe dónde y cuándo sucederá otra vez algo así", señala Milton. Como él no tiene coche, y vive en el barrio de Entrevías, todos los días tiene que volver a tomar el tren y recordar el peor día de su vida.
Cuando llegó hace cuatro años de Ecuador, tenía grandes sueños. Parte de ellos los ha realizado, porque la pequeña Jennifer nació en España. Aún los conserva, pero con un triste recuerdo: "Queríamos viajar en octubre a mi país, para visitar a la familia, pues tenemos los papeles para regresar sin problema."
Mientras Nilsa y Jennifer yacían sobre las vías, Milton se dirigía en otro tren a Vicálvaro. "Me salvé por pocos minutos, porque tomé el siguiente al de la explosión. Nos paramos y vimos los cuerpos. Pregunté a los policías por Jennifer y Nilsa, a los bomberos, a la Cruz Roja, pero todo era un caos y nadie sabía nada".
Las horas fueron largas hasta que recibió la llamada de la vecina. Llevando esa buena noticia a su cónyuge, llegó hasta el Hospital de La Paz y a la unidad de cuidados intensivos, donde Nilsa estuvo inconsciente hasta las 21.00. "Mi niña se salvó de milagro, mi mujer está fuera de peligro... Dios quiso que esta familia continuara su vida", suspira aliviado.
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