Doble factura: guerra y manipulación
La masacre del 11-M cerró de cuajo una de las grandes incógnitas de la campaña electoral: ¿Qué peso tendría la guerra de Irak sobre la actitud de los electores? Los socialistas trataron de evitar transmitir la idea de que la guerra era un aspecto central de su campaña. Aunque José Luis Rodríguez Zapatero habló en muchos de los mítines sobre el asunto, no fue ni mucho menos su tema estrella. Quizá porque los socialistas juzgaron que la guerra tuvo pocos efectos en las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2003.
Pero tanto el atentado terrorista del 11-M como, sobre todo, la conducta del Gobierno de José María Aznar ante él han refrescado la memoria de la guerra. Una mentira, las armas de destrucción masiva,sobre otra, la de que ETA, sin pruebas, había provocado la masacre.
Las movilizaciones del 15 de febrero de 2003 en España contra la guerra de Irak, al tiempo que Aznar entregaba el respaldo incondicional de España en el rancho del presidente George W. Bush, en Crawford, Texas, figuraron entre las más importantes del mundo.
En ninguna otra ciudad española fue más patente el retorno del fantasma que en la manifestación del pasado viernes 12 de marzo en Barcelona, en la que el repudio a la masacre de Atocha, El Pozo y Santa Eugenia estuvo teñido del espíritu antiguerra de febrero de 2003.
No fue una efeméride. La masacre y, junto a ella, la posibilidad de que un grupo terrorista islámico fuera responsable, actuó como un despertador colectivo sobre la guerra y sus consecuencias. Pero un factor adicional tuvo todavía más importancia: la conducta del Gobierno ante la masacre.
El Gobierno de Aznar no sólo decidió que España patrocinara -mañana, martes, día 16 de marzo, se cumple un año de la cumbre de las islas Azores- la guerra ilegal de Irak, sino que, ahora, ante la hipótesis de que un grupo islámico hubiera provocado la barbarie, el Gobierno vendió la autoría de ETA sin indicios materiales. Y contra las conclusiones iniciales de los profesionales de la policía. El Gobierno, por así decir, no podía dejar que la realidad le estropeara la noticia de que se trataba de ETA, a cuatro días de las elecciones.
Existen testigos de que esos profesionales ya desde hora temprana del jueves 11-M le explicaron al ministro del Interior, Ángel Acebes, tres razones por las cuales les parecía que no se trataba de ETA. Primera, la organización no alertó como ha hecho habitualmente; segunda, suponía un cambio estratégico, a saber, el paso a ataques masivos e indiscriminados, el terrorismo negro; tercera, el uso de un explosivo muy potente para el tamaño de las bolsas. Pero el dúo Acebes-Aznar usó antecedentes para hacer verosímil la autoría de ETA.
El Gobierno apostó por una preferencia en la autoría de la masacre del 11-M: ETA. La opción islámica, sabía, retrotraería lo que Rajoy suele llamar el pasado: la guerra de Irak.
Fue la ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, quien mejor reflejó, sin velos, las necesidades del Gobierno, al hacer saber a los embajadores del Consejo de Seguridad que la condena de la masacre debía mencionar explícitamente a ETA, cuando carecía de pruebas materiales. ¿No hubiera dado igual que se repudiara el terrorismo como tal? A juicio de la ministra Palacio, que representó el ardor guerrero del Gobierno en febrero de 2003, no. Todavía ayer, la ministra Palacio sostuvo ante la BBC que la posibilidad de que ETA esté detrás de la masacre "sigue siendo fuerte" y señaló que se investiga una "posible colaboración entre la banda y Al Qaeda".
La presunta autoría de Al Qaeda llegó muy tarde. Pero el aldabonazo hizo despertar la guerra. Estaba dormida. ¡Pero no muerta!
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