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Columna
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Voto fácil

Pobres de nosotros que hemos llegado al punto de poder dudar de quién nos mata, de tener dónde elegir. Habíamos pensado que era ETA simplemente porque ETA lleva décadas (se dice pronto, pero es casi toda mi vida) matando y aterrorizando; sencillamente porque ETA es capaz. Algunos dicen que excluyeron esa posibilidad desde el principio, por lo enorme y lo indiscriminado del atentado de Madrid, por la condición social de la mayoría de las víctimas. Ese salto cualitativo dicen, vuelve inverosímil la hipótesis de que haya sido ETA; como hemos creído los demás, enseguida, tal vez porque pensamos que la frontera cualitativa está en otra parte, entre no matar y matar; entre no amenazar, extorsionar, amedrentar, y lo contrario. Y que el salto se da cuando esa raya se cruza, con independencia del número o de la calidad de las víctimas, de la lógica operandi del crimen; y que ETA hace mucho que saltó y sigue de ese lado. Pero ahora se abre otra hipótesis, otra línea de investigación. Pobres de nosotros, que vemos cómo se nos multiplican los enemigos.

E insisto en usar el plural que nos une, que nos funde empáticamente, porque la autoría es sólo una parte de lo sucedido en Madrid, la parte móvil de la masacre, pero lo importante, en este momento, está del otro lado. En lo fijo. En la realidad del desgarro de las víctimas que no cambiará nada, o que sólo aliviará, en la medida en que pueda aliviarse, nuestro comportamiento. Nuestra respuesta, como sociedad civilizada, al horror y al terror de los verdugos (identificables y sin embargo, de un modo esencial, indiscernibles).

Hoy, sábado 13 de marzo de 2004, coincide en ser día después y al mismo tiempo víspera. Jornada de reflexión por partida doble, suma de lo sucedido y de lo que está por venir. Por hacer. Llevamos mucho tiempo hablando de la necesidad de que en este país se produzca una profunda regeneración democrática, porque llevamos otro tanto constatando el deterioro, la caída del intercambio político, el encogimiento de los principios, la ubicuidad de los intereses partidistas. La parte móvil de lo sucedido en Madrid la representa todavía hoy la culpabilidad, la autoría del atentado; y es evidente que cuando ésta se determine, muchas cosas cambiarán. Y que no será lo mismo ni implicará lo mismo ni exigirá lo mismo la opción A que la B.

Y sin embargo hay una parte fija, independiente de cúal sea la conclusión de las investigaciones, y que se sitúa, a mi entender, del lado de otra forma de responsabilidad. Es difícil imaginarle un sentido a la masacre del jueves; a los doscientos muertos, a los mil cuatrocientos heridos (y escribirlo es sentirlo en su justa medida). Es difícil pensar en términos de sentido, pero creo que es obligado darle un valor, convertirla en cimientos de una transformación profunda de los modos de hacer y de recibir política. De ejercer y de controlar el poder. De construir y de traducir valores para la convivencia. De formar e informar para la libertad.

Y de hoy a mañana por la noche se pueden hacer y exigir muchos pasos en este sentido, como primeras piedras de un nuevo edificio democrático. El Gobierno español tiene que informar del estado de las investigaciones con absoluta, escrupulosa, transparencia; tenemos que saber, ir a votar sabiendo, lo que él sabe. Y todos los partidos tienen que expresarse en la normalidad -que hoy parece grandeza, y eso demuestra lo bajo que habíamos caído-, en la normalidad democrática de anteponer principios a intereses.

El voto es asunto de la ciudadanía, cosa nuestra. E insisto en el plural que funde a los muertos con los vivos, a esos cientos de votos que ya no podrán expresarse en Madrid con los que sí podrán pronunciarse mañana, mediante un gesto simple. Entiendo que hay una especial responsabilidad en ese poder cuando otros ya no pueden. En ese voto fácil que para las víctimas se ha vuelto imposible.

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