De sonrisas y sus alrededores
A la obra narrativa de Manuel Hidalgo le estaba faltando el cuento. La laguna no era fácil llenarla. El mismo autor, avisa en su prólogo, es consciente de las dificultades del relato, da a entender que conoce sus leyes esenciales y que incluso, dada su idiosincrasia, él no sería la persona más idónea para este género, aunque empezó a pensar en esta posibilidad cuando un día descubrió que sus propios artículos periodísticos llevaban "el germen de un relato breve". Cuentos pendientes es un volumen de trece cuentos, algunos de los cuales ya fueron publicados en una antología y en revistas, mientras siete son rigurosamente inéditos. El realismo español y algunas incrustaciones de realismo norteamericano moderno anuncia el autor que son los soportes de su libro, amén de su interés por "el amor, las mujeres, el sexo, la enfermedad, la muerte". El citado prólogo se cierra con el deseo expreso de Hidalgo de que el lector pase un rato divertido y placentero.
CUENTOS PENDIENTES
Manuel Hidalgo
Páginas de Espuma
Madrid, 2003
109 páginas. 11 euros
Leyendo estos relatos, el lector podrá encontrar divertido algunos de ellos. Muchas ocasiones despierta alguna sonrisa, algo así como si escucháramos un chiste contado por un amigo en una sobremesa. Vecindario también despierta una sonrisa. Todo en orden sería un cuento regular en un buen libro de cuentos que lo contuviera, pero en el libro que comento es una pieza con una pizca de trabajo de imaginación y algo bastante parecido a una idea cuentística o una metáfora. También se le parece La ironía del destino en hacernos creer por un momento que estábamos ante un buen relato; sólo que un manierismo a lo Brian de Palma, es decir, desautorizar una secuencia cuando ya el lector la da por cierta, lo denigra lamentablemente. El relato La discusión: una mujer acaba de tener un rifirrafe furioso con su marido por teléfono y acto seguido la vemos atendiendo a una paciente de leucemia, una niña para más inri. La moraleja es tan obvia que resulta casi sonrojante. Dejo para el final El portero, una pieza que dio lugar a una película de Gonzalo Suárez. Es un cuento ocurrente: esa idea del portero que vive de parar penaltis, un pícaro muy de posguerra, incluso de cualquier posguerra. Pero Manuel Hidalgo se contentó con la ocurrencia. Le dio al pobre héroe un tinte un pelín triste pero no puso nada de esa tradición cuentística que encumbró Clarín con Adiós, Cordera, incluso no pocos narradores norteamericanos, para hacer con una historia triste una metáfora de la tristeza. En la ficción, ésa es la diferencia entre ser divertido y poseer el don del placer estético.
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