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El Gobierno chino detiene a un obispo católico

El Gobierno chino ha asestado un nuevo golpe a la Iglesia católica romana, ilegal en este país asiático. Wei Jingyi, un obispo de 45 años, fue detenido el pasado viernes mientras estaba pagando el peaje en la autopista a su regreso del aeropuerto de Harbin (capital de la provincia norteña de Heilongjiang), donde había ido a recibir "a dos de sus amigos extranjeros", según la fundación estadounidense Cardenal Kung. China, oficialmente atea, sólo permite el culto en la red de templos controlados por el Gobierno y niega la autoridad del Papa y su derecho a nombrar a los obispos.

Wei ha sido recluido en campos de trabajo en dos ocasiones: entre 1987 y 1989, y entre 1990 y 1992. La última vez fue interpelado en septiembre de 2002. Unos 6 obispos y 20 sacerdotes católicos en la clandestinidad viven internados en las prisiones chinas, según la fundación, que se dedica al apoyo de esta religión en China. Las autoridades niegan repetidamente que impidan la libertad de culto, y replican que los activistas presos son criminales que violan la ley y ponen en peligro la seguridad nacional.

La detención de Wei se produjo el mismo día que comenzaba la sesión anual de la Asamblea Popular Nacional, que congrega en Pekín hasta el próximo domingo a cerca de 3.000 parlamentarios llegados de todo el país. Se trata de un periodo especialmente sensible, en el cual se multiplica la vigilancia sobre los activistas y potenciales manifestantes, a los que la policía intenta mantener alejados de la capital. La represión se produce mientras los parlamentarios están debatiendo la modificación de la Constitución china, para introducir, entre otros cambios, una cláusula que dirá: "El Estado protege y respeta los derechos humanos".

El Gobierno comunista ordenó a los católicos romper relaciones con el Vaticano en 1951, dos años después de la fundación de la República Popular por Mao Zedong. En su lugar creó la Asociación Católica Patriótica de China, que gestiona las iglesias autorizadas y no reconoce la autoridad del Papa. Pekín acosa y detiene a los católicos fieles a Roma, que se ven obligados a celebrar misas secretas. Pese a ello, se estima que su número supera ocho millones. El Gobierno asegura que el país tiene 15 millones de protestantes y entre 5 y 10 millones de católicos en la red de iglesias oficiales.

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