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Columna
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País Vasco

Algunos, no se sabe muy bien por qué, nos sentimos seducidos por esa geografía. Al modo de los ilustrados, queremos al país. Cosa rara... o habitual, según se mire. En este caso, se trata del País Vasco. Pero no tiene por qué. Bien podría haber sido Lekeitio, Laguardia o Bilbao, la tierra de Unamuno. También Tudela, naturalmente. O la Rioja y la Margen Izquierda, da igual. Podría ser el reducido patio con piedras en el que jugábamos al fútbol y a las guerras -aquel Strawberry fields for ever de John Lennon-, o la basta geografía de España o de Europa -siempre que no tenga concomitancias exógenas, como tiene la España de mi querido Jon Juaristi en El reino del ocaso-. Pudiera ser el Bronx, claro está, si hubiéramos crecido en él; o París y Moscú si hubiéramos tenido querencias cosmopolitas.

Es el país, el espacio de nuestras emociones, entrañable conjunto de sentimientos y escenarios vividos, paisaje siempre evocado. Experiencia sin aditamentos. Rincón de la infancia o la madurez que hace que al contemplarlo nos sintamos en casa. Es el país natal que pintaran Vermeer y los flamencos. El paisito al que algunos nos acogemos (término entrañable debido a Monterroso, que mi primo Pedro introdujo entre nosotros). En todo caso, un lugar sin fronteras definidas, que bien pudiera ir de Punta Umbría a Saint-Denis, en París.

Y, sin embargo, a mi país sentimental se las quieren poner. Algunos se las ponen en los límites del mapa del tiempo arbitrada por ETB para sus predicciones meteorológicas; un mapa sin ningún criterio físico que aspira a ser, más que otra cosa, un mapa sentimental. (ETB, ése magma ideológico vasquista-nacionalista que todo lo justifica. El periodismo, sostiene el arriba firmante, es independencia, y no servil juego de poder.) ¿Siete provincias? Pudiera, pero habría que soportar la idea en hechos o en sentimientos -que no se dan desde luego en Lanciego o en Bayona-. Un mapa que ha sido trivialmente trasladado a la Edad Media por profesionales sin competencia en libros de texto para chavales. Edad Media en la que, por descontado, no estaban definidos los territorios de Álava o Guipúzcoa. Tampoco, los del Reino de Navarra. Aún menos los de Euskal Herria, una idea muy posterior. ¿A qué viene ese anacronismo?

Mi país sentimental fue Euskadi cuando ese término tenía relevancia, en el XX. Ya no lo es. Podría extenderme en casos mil. No ha lugar par ellos aquí. Todo tiende a ser un juego de intereses.

Carlos Urquijo, delegado del Gobierno en el País Vasco, ha enmendado ése modo de presentar al País ante los ciudadanos estudiantes. Yo lo enmendaría en cualquier caso -y llevaría razón-, pero no es eso. ¿Vuelven a poner fronteras a mi país sentimental? Que no me lo toquen, por favor. A ése lo defino yo, y basta.

Urquijo se refiere al país institucional. Ése sí, ése ha sido muy variable con los tiempos. Fue Ipuscoa, fue Navarra y fue Castilla en un periodo corto de tiempo. Nunca fue Euskal Herria en aquella época. Saint Sever habló de Wasconia en el siglo XI (sin definir fronteras). De Eusçal Herria hablaba Leizarraga en el siglo XVI. Oihenart, letrado del parlamento de la Baja Navarra, habló de Vasconiae en el XVII. En el siglo XIX aparece la idea del Laurak bat. Pero sobre todo aparece el lema Irurac bat, y no siempre cuando de defender el "particularismo" se trata. De Euskalherria hablaban en el XIX y el XX los euskalerríacos y los eúskaros. Las instituciones han sido cambiantes y la cultura amplia. Pero no debe confundirse el país natal-sentimental y el institucional. No necesariamente; menos en el caso vasco.

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Urquijo lo hace sin consideración para con sus antecesores. Creo que los debiera contemplar. La Euskalherria cultural, el País Vasco-Navarro es una realidad del XIX y el XX. Sin negarlo, la institución es trina. ¿A qué negarlo? Reconocerlo representaría una larga tradición de sentimiento y una cultura arraigada. Y todo eso, estaría bien.

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