Dejad el balcón abierto
"Si muero, dejad el balcón abierto", decía Federico García Lorca. Ricardo Ortega, el compañero al que ahora lloramos los corresponsales españoles, haría suya esta frase. Cuando muere un periodista, lo mejor que los demás podemos hacer es dejar que la luz siga entrando a raudales por los balcones y las ventanas que él ha abierto. Ricardo Ortega es el último precio de sangre que nuestro periodismo ha tenido que pagar por su intensa presencia en los escenarios internacionales, incluidos los más violentos. Con él ya son nueve los reporteros españoles fallecidos en acción en lugares como Bolivia, Panamá, Bosnia, Ruanda, Sierra Leona, Afganistán, Irak y Haití.
El periodismo contemporáneo español nació -no podía ser de otro modo- tras la muerte de Franco y la instauración de la democracia. De sus lacras hablamos a diario los propios profesionales: la sumisión al Gobierno de los medios de comunicación públicos, el amarillismo de algunos diarios y emisoras privados, la tendencia a pontificar sobre cosas de las que no tienen ni idea de ciertos tertulianos y el peso absurdo de los episodios sexuales de los famosetes en algunas televisiones. Pero sucesos horribles como la muerte de Ricardo Ortega nos recuerdan lo mucho que hemos avanzado.
Tras cubrir de modo certero, comprometido y valioso nuestra transición a la democracia, el periodismo español se lanzó a contar el mundo. Con notable retraso respecto a EE UU, Francia, Inglaterra, Alemania, Italia o Japón, sin los grandes maestros, las empresas veteranas y los amplios recursos logísticos y económicos de esos países, el periodismo español lleva más de dos décadas haciéndose muy presente en los acontecimientos internacionales, sean elecciones, cumbres o guerras.
En ocasiones -la última fue durante la invasión estadounidense de Irak- el contingente de enviados especiales españoles supera al de países más poblados, ricos e influyentes. Es el fruto de un gran esfuerzo de nuestras empresas de comunicación y del valor de decenas de profesionales deseosos de informar a sus compatriotas desde la primera línea de fuego; unos profesionales que, en muchos casos, van aprendiendo historia, geografía e idiomas sobre la marcha. El resultado es que el periodismo es una de esas actividades -otras son el cine, la pintura, la arquitectura y la producción editorial- en las que la democracia española pesa en el mundo más de lo que corresponde a nuestro tamaño demográfico y económico.
No hace tanto tiempo un tópico aseguraba que a los españoles no les interesaban los asuntos internacionales. Pero como en tantas otras cosas, no hay que insultar al mercado para justificar la falta de ambición propia. En cuanto periodistas españoles empezaron a contarles el mundo a los españoles, éstos abrieron sus balcones y sus ventanas. En el camino ya han muerto Luis Espinal, Juancho Rodríguez, Jordi Pujol Puente, Luis Valtueña, Miguel Gil, Julio Fuentes, Julio Anguita Parrado, José Couso y Ricardo Ortega.
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