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Columna
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Triángulos

Armó el otro día cierto revuelo Pasqual Maragall describiendo el espacio que conforman ETA, ERC y el PP como un peligroso triángulo de las Bermudas. Algunos periodistas se agarraron enseguida al aspecto escandaloso de la metáfora, dando por supuesto que se trataba de un gancho directo destinado a la mandíbula de ERC. Respondiendo a esta lógica, diversos políticos de distinto signo consideraron que Maragall había revelado, por enésima vez, las contradicciones de su alianza. Ciertamente, no es la campaña electoral el mejor momento para ensayar una metáfora. Es obvio que será interpretada en el sentido más chusco: si uno de los vértices resulta ser ETA, los otros dos, inevitablemente, serán a ella equiparados. Y sin embargo, salvando esta primera interpretación, la metáfora del triángulo de las Bermudas es bastante sugestiva y, tal como yo la interpreté cuando la oí por primera vez, no tiene por qué ser agresiva ni para ERC ni para el PP. El vértice de un triángulo, en efecto, no es por sí mismo, aislado del resto, causante de las extrañas desapariciones de barcos que relata la leyenda trágica de las Bermudas. Lo que produce el legendario mal es la conjunción de los tres vértices. El área del triángulo que conforman. El mal de ERC y del PP no está en su ideología ni en sus errores (por gordos que éstos sean, no menos gordos que los errores que el resto de los partidos democráticos en una u otra ocasión han cometido). El mal sólo está en ETA y en el área que conforman ambos partidos jugando políticamente con ella: a) al responder, como hace Carod, con insensata ingenuidad a su llamada y dándole aire en el momento de su máxima flaqueza, y al intentar, además, limpiar este error con el jabón colectivo del diálogo, y b) intentando, como hace el PP, mediante groseros silogismos, convertir este error en la desgracia del PSOE, dando para ello obscena publicidad a los vídeos de los asesinos y aprovechando las detenciones de etarras para explotar el sentimiento de agravio de las hipotéticas víctimas de ETA ante la supuesta tranquilidad de los catalanes (tranquilidad que, por ende, sólo la palabra de ETA avala: sobre esta palabra ha construido el PP su estrategia).

La metáfora de Maragall sobre el triángulo de las Bermudas es muy sugestiva y no tiene por qué ser agresiva ni para ERC ni para el PP

Es el área de este triángulo lo que habría que evitar para que la política democrática española no siga naufragando. No hay que demonizar a ERC. Ni al PP. Ni, por supuesto, a lo que ellos significan para una porción importantísima del electorado. Hay que demonizar el área que ellos dos forman, junto con ETA: el área de la impugnación mutua, de la insistencia en la malignidad del otro, del choque identitario, del uso del dolor de las víctimas como vitamina electoral o del abuso de los valores democráticos como jabón personal. Es más. No sólo hay que evitar esos tremendos peligros. Hay que evitar que esta área crezca monstruosamente y acabe ocupando todo el océano político. Uno tiene la impresión de que todos los barcos tienden, estos días, hacia el mismo destino: hacia el triángulo del naufragio hispánico. ¿Acaso se atreve alguien a asegurar que después de las elecciones cesará el oleaje, desaparecerán los riesgos y será posible restaurar el ágora democrática? Llegará el momento en el que esta deriva no podrá ser controlada por los pilotos. Hay que haber conversado con bosnios, croatas y serbios para comprender que también ellos creían que los pleitos del pasado nunca regresarían. Los extremistas balcánicos eran minoría y estaban anclados en ámbitos poco decisivos de la vida yugoeslava. Empezaron los medios de comunicación a despertar los fantasmas, a licuar la sangre reseca de los muertos antiguos. Algunos políticos insensatos se lanzaron a pescar en aquel río de vísceras revueltas. Y la cosa acabó como acabó. Recuerden, a un paso de Italia, en el corazón de Europa: gente normalísima como ustedes, como yo, jugando al fútbol con la cabeza de un enemigo degollado. Llámenme alarmista. Antes agorero que inconsciente. Antes exagerado que indiferente.

No todos los triángulos son peligrosos. ERC, por ejemplo, sin moverse del mismo vértice mediante el cual, en esta campaña, configura el peligroso triángulo con PP y ETA, conforma otro en dirección opuesta: el del Gobierno tripartito. En este otro triángulo, lo harán peor o mejor (que esto todavía no ha podido evaluarse: tan alto es el oleaje de las tormentas de estos días), pero como gesto político no puede ser más interesante. Incluso observado desde las antípodas ideológicas: el gesto de ERC prima la unidad civil por encima del sentimiento de pertenencia y abraza la dificultad de entenderse con sensibilidades distintas en lugar de ensanchar la trinchera mediante la cual podría separarse de ellas. Es un gesto de reconocimiento. Pero no de juegos florales. Es también puro realismo, inteligencia. ERC pretende no sólo conseguir un trozo del pastel del poder catalán. No sólo avanzar electoralmente a costa de una CiU erosionada por tantos años de poder autonómico y de un PSC no menos erosionado por tantos años de poder municipal y tantos deberes ideológicos sin hacer. ERC pretende la hegemonía nacional catalana. Uso este término en el sentido que le dio el olvidado Antonio Gramsci: conseguir la supremacía en Cataluña en el sentido más profundo: el ideológico, el moral. Quiere ERC liderar el país a través del consenso ideológico. Podía haber escogido Carod la vía contraria, el frente identitario. No lo hizo. Y sin embargo, en esta campaña, está poniendo en riesgo, no el tripartito, sino su apuesta más profunda: la hegemonía moral. Recogiendo el guante del duelo con el PP y erigiéndose en combatiente de trinchera puede quemar su estrategia. Como ha estado quemando Aznar la suya, que, salvando las distancias, es del mismo signo: la hegemonía moral e intelectual en España, para refundarla. Ambos creen que es posible un sueño: uno pretende convertir España en una especie de Francia posmoderna. Y el otro, Cataluña en una no menos posmoderna Dinamarca. Ambos han arriesgado estos sueños dejándose tentar por las sirenas del enfrentamiento, de la lógica amigo-enemigo. Esta lógica, tan en boga en Norteamérica (cuyos valores son compartidos por toda la sociedad), no es posible en sociedades descosidas emocionalmente como las nuestras. Para promover la hegemonía nacional no sirve la trinchera. Sólo sirve la vía del consenso y la seducción civil (y ni por este camino está asegurada).

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