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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Joan Riudavets, el patriarca que llegó a los 114 años

Joan Riudavets Moll quiso ser amable, lúcido e irónico para minimizar el prodigio de su edad: "Nací como todos". Este zapatero tradicional, que afirmaba ser republicano "de izquierda, tolerante y respetuoso con las ideas de todo el mundo", falleció en su casa de Menorca en la noche del viernes, a los 114 años y casi tres meses. Era el patriarca del mundo. "Ha tenido una muerte tranquila, guapa", proclamó un familiar. "Se ha despedido de toda la familia porque veía venir su adiós". Un catarro desencadenó el proceso de la muerte natural del centenario. El departamento de Genética Molecular Humana de la Universidad de Barcelona desde 2002 investiga la posible existencia de unas claves científicas que expliquen la longevidad familiar de los Riudavets. Los investigadores tomaron muestras de la sangre y comprobaron la densidad ósea de diferentes parientes para identificar marcadores biológicos de alguna peculiaridad en la saga familiar. El ahora fallecido tuvo una existencia entre tres siglos y le sobreviven dos de sus 10 hermanos: Perico, de 104 años, y Josep, de 98, entre los 1.200 habitantes del pueblo.

Riudavets nació en 1889 en Es Migjorn Gran de Menorca y cumplió, en diciembre de 2003, los 114 años; era el gran superviviente, la persona de más edad del planeta según los registros oficiales y el Guinness de los Records. "No sé lo que es un dolor de cabeza. No me duele nada", explicaba para indicar en qué condiciones de salud rompía los límites habituales de longevidad. Se ponía en pie a pulso, sin ayuda, para recibir a las visitas. Él mismo se afeitaba y se jactaba de atarse los cordones de los zapatos. No quería que nadie le asistiera para vestirse.

Hace poco más de un año superó una parada cardiaca y durante un día rechazó que le llevaran al hospital de Mahón. "Se resistía, se veía morir", según su hija Paca, de 80 años, que ha vivido con él. Por tres veces, en 23 años, debieron cambiarle la minibatería del marcapasos que le colocaron con 91 años. Agotó los plazos técnicos previstos y las suposiciones médicas.

Hasta los 102 años trabajó su huerto, podó árboles y se desplazó en bicicleta. Hasta el final tuvo buen oído, la voz metálica y unas orejas agrandadas con la vejez. Enjuto, mostraba los largos dedos y pulgares muy curvos. La extraña profundidad de su mirada y los pliegues de piel denotaban en cierta manera la desmesura de su calendario personal. Riudavets leía el diario y miraba la televisión. A los 106 fue operado de cataratas.

En los últimos años dormía 15 horas, hasta pasado el mediodía, y era frugal en las comidas. "Me gusta la verdura, las legumbres, todo muy bien cocido y masticado". Fue un ciclista por necesidad y un andarín constante. Vio llegar el primer coche, el teléfono, la electricidad, la radio, la televisión y las nuevas tecnologías audiovisuales. Le llamaban la atención los microteléfonos móviles, el poder hablar con aparatos sin hilos que se transportaba en los bolsillos.

Viajó en barcos de vela y también en aviones a reacción, pero fue mayor para jugar al fútbol, era un hombre de mediana edad al llegar el deporte a las islas, y lo mismo le sucedió para aprender a conducir un coche utilitario. En 1910 quedó exento del servicio militar y en 1936 estaba fuera de edad para ir a la guerra de España.

"Soy normal. Lo más fácil de hacer son los años, no hay secretos. Para mí han pasado más deprisa que al resto", explicaba para minimizar las dimensiones del prodigio humano. En los dos últimos veranos, el presidente José María Aznar -veraneante en Menorca- le cumplimentó y le obsequió corbatas, cinturones y una cartera.

Al tatarabuelo menorquín le gustaba la política y evocaba con emoción la conquista del voto de las mujeres. Aun acudió a votar en las elecciones municipales y autonómicas del 25 de mayo de 2003. Rechazó ser trasladado en una silla de ruedas. Quiso depositar su papeleta para su sobrino nieto, el socialista Pere Riudavets, alcalde de Es Migjorn Gran, donde él fue alcalde pedáneo durante la República.

El prodigioso personaje comenzó a trabajar a los ocho años y acudió a la escuela nocturna. Firmaba con letra pulcra y caligrafía muy clásica. Al morir cobraba una pensión de 285 euros y la primera paga de retiro del Estado fue de dos euros. No se jubiló: "Me obligaron a dejar de hacer zapatos. Me privaron de trabajar". Fumó poco y dejó el vicio antes de los treinta años. No tomó café ni alcohol. Le sobreviven dos hijas, cinco nietos y seis biznietos.-

Joan Riudavets, fotografiado en su casa el pasado mes de octubre.
Joan Riudavets, fotografiado en su casa el pasado mes de octubre.REUTERS

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