La orgía
"Si el cerebro fuera tan simple que lo pudiéramos comprender, no lo podríamos comprender a causa de ser, nuestro cerebro, tan simple". Esta aporía científica se repite sin muchas variaciones en la campaña electoral, porque si los candidatos se afanan en presentarse tan normales como la gente normal se anula la posibilidad de la elección misma. Incluso ellos tampoco se votarían y desaparecerían como candidatos.
A diferencia de los líderes históricos que exageraban su condición extraordinaria, ahora se esfuerzan por parecer gente común. En Convergència i Unió, su lema rotundo es: "Sentido común". Ni un gramo más ni un gramo menos. El sentido idóneo de la campaña presente es el sentido cero o aquel sentido que se confunda con el sentido del montón. Muy lejos, pues, de excitarnos con sus propuestas, los líderes tratan de fundirse con nuestra sustancia, sin gozo ni dolor. O bien: en vez de presentarse ocupados en promover una vida inédita se esfuerzan por hacernos ver que entre su realidad y la nuestra, entre su cerebro y el nuestro, no existe diferencia de imaginación. Se quieren tan iguales a todos los demás que los ignoraríamos si no vinieran encaramados en los mítines y levantaran la voz ante la televisión. La campaña ideal para esta nueva clase de política sería, por tanto, aquella en que cualquiera de los ciudadanos pudiera convertirse en candidato a presidente y el candidato a presidente en cualquier actor del elenco, sin pizca de significación. Lo más inconveniente en estos días, de acuerdo a las reglas del marketing, es postularse como político puesto que esta condición está desacreditada y sus figuras tienen fama de no atender ni entender bien al ciudadano común. Valdría enunciar, sin embargo, la aporía siguiente: que si los políticos poseyeran un cerebro tan simple que fuera capaz de comprender al ciudadano común, no comprenderían al ciudadano común a causa de poseer un cerebro tan simple. ¿La consecuencia? Que los sondeos no cesan, de día y de noche, para tratar de detectar algún mínimo indicio sobre el campo de la mismidad. Los porcentajes se igualan, los discursos se entrecruzan, las ofertas se superponen y los votantes, en fin, se ahogan en la espesa orgía de la normalidad.
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