La mayoría silenciosa
En la narrativa chilena también hay una generación que irrumpe hacia los años cincuenta con un propósito claramente renovador. Desde Enrique Lafourcade, Mercedes Valdivieso y Claudio Giaconi hasta José María Vergara y Jorge Guzmán conforman una lista que tienen que rivalizar en competencia y prestigio literarios con los consagrados de la generación anterior Manuel Rojas y Carlos Droguett. Todos ellos publican novelas y libros de cuentos notables, aunque al final es José Donoso el chileno más representativo del boom latinoamericano. Precisamente en Jorge Guzmán (1930) recayó el último Premio Jaén de Novela, Cuando florece la higuera. Guzmán publicó toda su obra en Chile, excepto una de sus novelas más celebradas, Job-Boj, editada en Barcelona en 1968. Si bien las técnicas de composición son bastante distintas entre una novela y la otra, releyendo Job-Boj uno tiene la sensación de que el autor chileno sigue fiel a preceptos que gobiernan su narrativa: perspectiva social de la ficción y función de la trama como proceso de desnudamiento psicológico. En la novela que hoy nos ocupa, dicho esquema es parecido, menos lastrado ahora en todo caso por las observancias técnicas que la época, década de los sesenta, exigía.
CUANDO FLORECE LA HIGUERA
Jorge Guzmán
Debate. Barcelona, 2003
301 páginas. 16 euros
La materia humana de
Cuando florece la higuera está perfectamente delimitada. Sus límites son ideológicos y sociales. El segmento histórico también es reconocible. Conviven en la novela dos maneras de entender el mundo y, sobre todo, dos maneras de vivir en el Chile de Pinochet. La historia de Jorge Guzmán bascula entre la crítica, aunque no privada de confort, mirada de una familia burguesa liberal y el asentimiento, cuando no directa colaboración con la dictadura, de un médico que sigue impertérrito ante las públicas acusaciones de torturador que lo persiguen. La familia liberal apechuga con la dictadura, desde la cómoda posición de propietarios de una importante editorial. El médico culpable se instala en el cinismo. Y entre ambos, Guzmán dibuja el perfil ambiguo de una sirvienta, cuya hija, carente de algo lo más parecido a la conciencia de clase, simboliza esa tierra de nadie sociológica que es siempre la llamada mayoría silenciosa. Jorge Guzmán no ha operado en las entrañas de la dictadura pinochetista como lo ha hecho Roberto Bolaño en su magistral Estrella distante. Su trabajo es menos metafórico e infinitamente menos inquietante y desolador. Pero su eficacia narrativa, su versatilidad prosística y, sobre todo, el cruce ágil de caracteres antagónicos, son buena muestra de una novela necesaria de leer, con toques de humor sutil y con esa solidez de las novelas bien construidas.
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