El regreso de los progres
Felipe González recuperó una noción perdida: progresistas. No sé si fue por no decir "la izquierda" o por señalar que estamos otra vez (siempre) en la "querella de los antiguos y los modernos" (1688, Fontenelle) y que él y los votantes contra Aznar representan la modernidad frente a los conservadores de Rajoy, que es un perdedor: aunque ganase la ya imposible mayoría absoluta, está perdiendo día a día la campaña: más vale que fracase en la campaña a que fracase gobernando. Estos descuideros del PP hacen un timo más de vocabulario y dicen que los progresistas están "obsoletos", que es una palabra muy de su semántica: acusar al otro de lo malo propio. Freud llamaba a esta figura "proyección", pero creía, en su ingenuidad burguesa, que el que proyectaba lo hacía creyendo en ello. No: es una astucia. En la degradación del personaje heroico que vivía malamente con su pareja, abría una lata de judías para recibir a los otros barbudos con harapos que llevaban algo de pan y un cartón de vino Don Simón y libros para discutir, que estudiaba sin dinero para hacerlo, dudaba entre el anarquismo del 68, Marx o Mao, que se casaba sólo "por no disgustar a mamá", entraba el desdén del diminutivo, "progre" y, al final, el barrido de la palabra.
Hay una confusión entre la técnica velocísima que se produce para eliminar puestos de trabajo y convertir la esperada civilización del ocio -otro robo semántico- en una civilización de paro y el sentido de progreso. No es tampoco nueva: ya pasó al empezar la era industrial, los telares mecánicos y el nuevo paro: arranque del siglo XIX. Aquellos progres nuestros, inteligentes hasta poder tener las confusiones necesarias para vivir en su tiempo, y explorar entre lo posible, lo deseable, lo ineluctable, el sentido de la historia, lo aprovechable de Juan XXIII y de Kennedy, la maldición sobre Stalin, han constituido un sedimento al que puede apelar muy bien Felipe González, con su cazadora cara de burgués popular -y Zapatero ¡se quitó la corbata!, ¡descamisado, jacobino, sans culotte!- a condición de que no se les engañe otra vez.
Únicamente queda la inquietud de que si Felipe recuperaba la gran palabra perdida, ZP recordaba que no gobernaría si su partido no era el más votado. Qué fastidioso señor, cómo quiere hacer torcer el voto a los progresistas de fuera del partido para que sean "útiles". Y como insistía en lo de "no mentir", siembra la duda de que deje gobernar a la caverna, aunque sea en minoría.
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