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Tribuna:DEBATE | Israel, detrás del muro
Tribuna
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¿La única democracia de Oriente Próximo?

Cualquiera que siga las noticias habrá encontrando indudablemente la afirmación de que "Israel es la única democracia de Oriente Próximo". Normalmente, esta afirmación va seguida de su inferencia lógica: "Como isla de libertad situada en una región controlada por dictadores militares, señores feudales y líderes religiosos, Israel debería recibir un apoyo sin reservas de los Estados liberales occidentales interesados en fortalecer los valores democráticos en el mundo". Con los años, han quedado de manifiesto algunas de las falacias en las que se basa esta línea de argumentación. Mientras que muchos analistas han resaltado que la política exterior está determinada por intereses egoístas más que por los dictados morales, pocos han puesto en duda la opinión mayoritaria de que Israel es la única democracia de Oriente Próximo.

Las contradicciones de la política israelí hacia los territorios ocupados alcanzan al Estado

Para examinar esta cuestión es necesario determinar primero las fronteras internacionales israelíes. Suponiendo que las fronteras de Israel se extienden desde el valle del Jordán hasta el mar Mediterráneo -la situación de facto desde hace más de 36 años-, el Estado de Israel tiene una población de más de 9 millones de personas, de las cuales, 3,5 millones no pueden votar. De facto, por consiguiente, Israel no es una democracia. Una tercera parte del pueblo no disfruta de una serie de derechos básicos que conforman los pilares de las democracias liberales. El Estado de Israel tiene 55 años de existencia y lleva dos tercios de este tiempo controlando a la población palestina de los territorios ocupados sin concederle derechos políticos. En consecuencia, la idea de que la ocupación es provisional o temporal debería, por ahora, considerarse una ilusión que oculta la realidad sobre el terreno. Si, por el contrario, decidimos explorar la cuestión simplemente desde una perspectiva de iure, es decir, desde dentro de los territorios internacionalmente reconocidos antes de 1967, sigue sin estar claro en qué medida es Israel una democracia. Luego está la cuestión de los 400.000 colonos judíos -el 7% de los ciudadanos-, todos los cuales disfrutan de plenos derechos de ciudadanía y no viven en Israel propiamente dicho. Esto conduce a una serie de contradicciones, entre ellas la de que Israel sea el único país del mundo en el que algunos ministros del Gobierno y miembros del Parlamento viven permanentemente fuera de sus fronteras.

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Aunque dejáramos también de lado esta realidad, y sólo tuviéramos en cuenta a los seis millones de personas que viven en Israel propiamente dicho, encontraríamos una democracia extremadamente frágil. Las contradicciones que han caracterizado la política de Israel hacia los territorios ocupados están ahora alcanzando al Estado, y sus efectos nocivos son perceptibles para todos. Pensemos en el informe que acaba de publicar el Instituto para la Democracia Israelí (IDI), que, como muchos grupos de investigación (en Israel y en el extranjero), concibe a Israel en el sentido de iure, dejando de lado la situación de facto. El IDI ha examinado varios aspectos de la democracia israelí y sus resultados indican que "en los últimos años se ha producido un significativo descenso del respaldo por parte de la población judía a las normas democráticas en todos los niveles: en el respaldo general al sistema democrático, en el respaldo a valores específicamente democráticos, y en el respaldo a la igualdad de derechos para la minoría árabe".

El IDI ha descubierto que sólo el 77% de la población judía apoya la afirmación de que "la democracia es la mejor forma de gobierno", el porcentaje más bajo (junto con Polonia) entre los 32 países de los que hay datos disponibles. Más de la mitad de la población (56%) opina que "los dirigentes fuertes pueden ser más útiles para el Estado que las deliberaciones y las leyes". El 50% conviene en que si hay un conflicto entre los intereses de seguridad y la preservación del sistema de derecho, debería darse preferencia a los primeros. Y sólo el 57% está de acuerdo con la afirmación de que nunca debería usarse la violencia para alcanzar objetivos políticos. Más de la mitad de los judíos de Israel (53%) se declaran contrarios a la plena igualdad para los árabes; el 77% dice que debería haber una mayoría judía en las decisiones políticas cruciales; menos de un tercio (31%) es partidario de tener partidos políticos árabes en el Gobierno, y la mayoría (57%) piensa que debería animarse a los árabes a emigrar. No sólo está la mayoría de la población judía contra el establecimiento de la igualdad de derechos para los árabes, sino que la mitad de los judíos incluso se niegan a reconocer que los ciudadanos palestinos de Israel están discriminados.

La confianza pública en las instituciones también ha disminuido en años recientes, debido a la corrupción generalizada y a la falta de cohesión social. Pero es muy revelador que la institución en la que más se confía sea el Ejército israelí, y no el poder legislativo, los tribunales y los ministerios del Gobierno. Incluso aunque nos aferrásemos obstinadamente a la ilusión de que Israel sólo existe dentro de las fronteras anteriores a 1967, seguiríamos teniendo que aceptar que si bien es posible que exista una democracia, en este momento se asienta sobre un terreno muy inestable. El gran teórico político Montesquieu nos enseñó todo esto. Además de su conocida afirmación de que la libertad sólo se puede garantizar mediante la separación del poder legislativo, el judicial y el ejecutivo, afirmó que para que un régimen mantenga su forma, las normas y los valores del pueblo deben corresponderse con los principios básicos del régimen. El informe del IDI revela claramente que incluso dentro de Israel propiamente dicho la mayoría de la población ya no cree en los principios básicos de la democracia -igualdad y libertad-, lo cual da a entender que la democracia está a punto de fenecer. Sin embargo, si afrontamos el hecho de que las fronteras de Israel llegan al valle del Jordán, entonces la democracia simplemente no existe.

Neve Gordon es profesor en el Departamento de Política y Gobierno de la Universidad Ben Gurión de Israel. Traducción de News Clips

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