Globalización: punto muerto en el debate
EL DEBATE SOBRE LA GLOBALIZACIÓN se encuentra en punto muerto. Las opiniones se reducen a las certezas ideológicas y se fragmentan en distintos intereses específicos. La voluntad de lograr un consenso no es firme. Se han estancado las negociaciones internacionales clave y es frecuente que no se respeten los compromisos internacionales en materia de desarrollo. Estas conclusiones pertenecen al informe de la Comisión Mundial sobre la Dimensión Social de la Globalización, creada en el seno de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que acaba de hacerse público la pasada semana, y que ha tenido escasa difusión por estos pagos.
Hace dos años, la OIT organizó esta comisión, formada por 26 expertos (economistas, empresarios, sindicalistas, políticos...) y copresidida por dos jefes de Estado en ejercicio, un hombre y una mujer, la una del Norte y el otro del Sur: la presidenta finlandesa, Tarja Halonen, y Benjamín Mkapa, presidente de Tanzania. El informe elaborado por la Comisión da una visión muy crítica del proceso de globalización realmente existente, al considerar que está generando resultados muy desiguales entre los países y dentro de ellos.
Hay un grave déficit democrático en los propios fundamentos del sistema. Se debe permitir a los países pobres un desarrollo gradual de los movimientos de capital y que presten mayor atención a los aspectos sociales
Siendo la globalización un proceso que, en teoría, podría servir para repartir el bienestar en el mundo por la ausencia de fronteras, su aplicación está suponiendo, en buena medida, lo contrario: se crea riqueza, pero son demasiados los países y las personas que no participan de los beneficios y a los que apenas se tiene en cuenta o se ignora totalmente. "Para una gran mayoría de mujeres y hombres", dice el informe, "la globalización no ha sido capaz de satisfacer sus aspiraciones... de lograr un trabajo decente y un futuro mejor para sus hijos. Muchos de ellos viven en el limbo de la economía informal, sin derechos reconocidos y en países pobres que subsisten de forma precaria y al margen de la economía global".
Según el Informe sobre el desarrollo democrático en América Latina, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que se hará público en las próximas semanas, siete de cada 10 nuevos empleos creados en Latinoamérica desde el año 1990 corresponden a la economía sumergida, y sólo seis de cada 10 empleos generados desde esa fecha en el sector formal tienen acceso a algún tipo de cobertura social. La economía informal asciende en América Latina al 46,3% de la economía total. Incluso en los países con buenos resultados económicos hay trabajadores y comunidades que se han visto perjudicados por la globalización. Entretanto, la revolución de las comunicaciones acentúa la conciencia de que estas disparidades existen.
El premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, miembro de la comisión de la OIT, ha escrito un artículo sobre los resultados del informe en el que afirma que la forma en que se ha manejado la globalización ha minado la capacidad de los Estados de desempeñar un papel adecuado. "Ahora existe", dice Stiglitz, "un consenso generalizado sobre el papel del Estado para proteger a los individuos y a la sociedad del impacto del rápido cambio tecnológico provocado por las nuevas tecnologías, los movimientos del capital y las cambiantes ventajas comparativas del comercio internacional".
La OIT considera que los problemas citados -desigualdades y ausencia de internacionalización económica en algunas zonas del planeta- no se deben a la globalización, sino a deficiencias en su gobernabilidad. Los mercados globales han crecido con mucha rapidez y sin un desarrollo paralelo de las instituciones económicas y sociales necesarias para que aquéllos funcionen de forma fluida y equitativa. Stiglitz concluye con dos consideraciones de gran interés: el progreso económico, por sí mismo, no conduce al progreso social; y es posible que las políticas promovidas por los organismos multilaterales (FMI, BM, OMC...) no lleven al crecimiento y a la estabilidad política de los países.
El debate sigue abierto porque los hagiógrafos de la globalización feliz retroceden.
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