El último quejío de un bar centenario
Los Gabrieles, de 1898, en cuyas cuevas juergueó media historia de España, desde Zuloaga a Franco, amenazado de cierre
Todo el mundo se ha tomado alguna vez una cerveza en Los Gabrieles, en la calle de Echegaray, en el corazón más bandolero de la ciudad. Y todos se han quedado, con el vaso en alto, contemplando los impresionantes azulejos como frescos de ermita, de tema flamenco y taurino, que adornan las paredes desde la inauguración del establecimiento, en 1898. Hasta la Guerra Civil encerró las más sonadas juergas flamencas de la época, con los mejores cantaores. También albergó orgías y fiestas que duraban más de tres días. Después funcionó como prostíbulo con una madame apostada en una barra presidida por el Cristo de Medinaceli. Ahora que sólo es un bar cargado de historia y de historias, la burbuja inmobiliaria que rueda por la capital amenaza con devorarlo y convertirlo en "apartamentos de lujo", según explica el gestor actual, el argentino Ramiro Figueroa, que se hizo cargo del establecimiento en 1980. "Una empresa constructora ofrece más de 4,8 millones de euros al propietario del edificio entero, de seis plantas [el bar ocupa dos más el sótano], en el que está el bar", explica Figueroa, que paga un alquiler por explotar el bar. "A mí me han dicho que tengo que cerrar en abril porque se cumple el contrato", añade.
En Los Gabrieles cantó Antonio Chacón, uno de los padres del flamenco, se divirtió el pintor Ignacio Zuloaga y el torero Juan Belmonte celebró, a lo largo de 48 horas ininterrumpidas, que se había cortado la coleta. Franco y otros generales acudían también a tomarse algo al regresar de la guerra de Marruecos y hasta el rey Alfonso XIII se encerró alguna vez en sus cuevas para oír flamenco. Porque el sótano de Los Gabrieles está lleno de cuevas intrigantes, viejas, adornadas también con azulejos preciosos, descoloridos, sucios de años y de mugre. Una visita a las cuevas, cerradas al público hace décadas, constituye una auténtica lección de historia y un verdadero paseo por el túnel del tiempo. Todo está como hace 50 o 70 años. Cada cueva, de una dimensión de unos seis metros cuadrados, tiene asientos de piedra y está dedicada a un motivo diferente: está la del metro, recubierta de azulejos blancos, sacados de la primera línea de suburbano con que contó Madrid, inaugurada a principios del siglo pasado; al lado se encuentra la cueva de la plaza de toros, que incluye, en sus seis metros cuadrados, una minúscula plaza de toros, con burladeros en las esquinas. Si los personajes de los azulejos de este cuarto hablaran, harían enrojecer a más de uno. "A mí me contaron que los señoritos, desnudos, se ponían en los burladeros, y que las prostitutas, también desnudas, estaban en la plaza. Luego, todos se ponían a torear", explica Figueroa.
Además del sótano, Los Gabrieles también se extiende a la planta primera, también cerrada al público. Al igual que el sótano, atesora objetos abandonados ahí hace más de 100 años: anuncios de finales del siglo XIX enmarcados y colocados en la pared, una barra de bar de madera de más de 80 años, habitaciones llenas de muebles viejos...
El Ayuntamiento protegió en el Plan General de 1996 el sótano y la planta baja (donde está el bar). Pero no la planta primera y la escalera por la que se llega, adornada con azulejos centenarios. "Puede que dé igual que una cosa esté protegida y otra no. Yo me resistiré, pero si me obligan a cerrar, nadie evitará que esto desaparezca", dice Figueroa.
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