Empieza (o sigue) el espectáculo
Aunque cada cual inauguró con sus ritos la campaña en la fría madrugada de ayer, ya hace más de un año que este acontecimiento estaba inaugurado. Lo cual tampoco deja de ser un sentido homenaje a la política. Desde antes de las elecciones autonómicas y municipales del 25-M, por activa o por pasiva, los valencianos hemos estado viviendo en estado de campaña electoral permanente, quizá por eso ya ni percibimos esta alteración de la vida civil como un evento extraordinario.
El ruido electoral ha alcanzado la categoría de rutina, y nuestro sistema inmunológico lo ha asimilado. En gran parte, gracias a la avalancha de sucesiones producidas en este tiempo (la de Eduardo Zaplana por Francisco Camps, la de José María Aznar por Mariano Rajoy, la de Jordi Pujol por Artur Mas y Pasqual Maragall) y sus consiguientes procesos, efectos y contraindicaciones.
Con esta huera sensación de inercia, que sin duda beneficia a quien está en el poder, los partidos han empezado a (re)mover sus coreografías hacia la tarta genérica (la otra todavía está en la cocina para ser deconstruida y caramelizada al gusto del chef) que presentó el Centro de Investigaciones Sociológicas en la víspera del arranque de campaña. Y sobre todo, a por su bocado más suculento, que radica en ese 35,6% de ciudadanos que califica como regular la gestión que está haciendo el Gobierno del PP, y que es el que, por encima de los convencidos, acaba decantando la balanza en las urnas. Éstas son unas elecciones generales cuyo episodio final se presume, aunque a algunos no les cabe el miedo en el cuerpo.
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