El mundo del hombre pequeño
Apenas un año después de su inesperada desaparición la voz de Augusto Monterroso nos sigue llegando desde ultratumba. En esta ocasión se trata de un conjunto de textos ensayísticos, en cierto modo fragmentarios, pues su origen está en intervenciones y artículos de ocasión aquí reunidos para nuestro placer y nuestro conocimiento. En resumen, escritos fragmentarios pero siempre esenciales, que nos enseñan la perfecta conjunción que siempre existió en su obra entre la vida y la literatura, lo que explica muy bien la sosería del título elegido más bien por su exactitud, pero que sin duda no llegó a ponerlo él, que conste. Sin embargo, junto al placer y conocimiento que aquí se nos proporciona, no hubiera estado de más un poco de información sobre el origen de estos textos, dónde se publicaron antes, en qué circunstancias o si han sido inéditos hasta hoy, aunque en algunos de ellos su mismo autor lo indique con claridad.
LITERATURA Y VIDA
Augusto Monterroso
Alfaguara. Madrid, 2004
142 páginas. 12,50 euros
Claridad. Éste es el denominador común de este gran autor en todo lo que publicó, pese a las contradicciones de las que surge su obra entera, que nace, a pesar de su aparente seguridad y su transparencia, del combate incierto de donde salió. Su propio apelativo de "Tito" (diminutivo de "Augusto", nada menos), con el que se le conocía amistosamente, es un indicio de esta duda inicial. Quizá se refería a su escasa estatura -a él, que era un gigante literario-, pero hasta aquí le salió el tiro por la culata, felizmente, pues también era el nombre de otro emperador romano, y él, que era un experto latinista, tenía que saberlo muy bien. ¿Por qué los (grandes) autodidactas son quienes mejor conocen a los clásicos? Aquí, Monterroso empieza hablando de Séneca y sus Cartas a Lucilio, por ejemplo, antes de derivar por Montaigne y sus Ensayos (dice que él mismo no escribe cuentos sino ensayos), habla de Cervantes como ensayista, y brinda por Francisco Rico y su El pequeño libro del hombre, de quien tomo el título de este comentario. Toda su obra mezcla ambos géneros, y sigue oscilando entre el miedo a la página en blanco y el respeto a la literatura y a los lectores: el resultado es la brevedad, que le llevó a la cumbre.
Y todo sigue igual, desde luego, pues apostando por el respeto y la brevedad (Gracián), Augusto Monterroso, con estos 12 libros (no 10, como aquí dice), llegó a una de las cumbres indiscutibles de la literatura, mezclando ese respeto y timidez con el afán por lo breve y fragmentario, con un humor y una ternura impresionantes, entre moscas, pulgas y vacas (sus animales totémicos) y una profunda rebeldía que le animó desde siempre, desde su nacimiento hondureño, su nacionalidad y compromiso guatemaltecos hasta exiliarlo en México. A veces, como en Mi primer libro o Breve, brevísimo, se desliza en lo autobiográfico, pero siempre sale indemne de la aventura. Cargado de premios (el último, nuestro Príncipe de Asturias), pájaro raro dentro de las letras latinoamericanas, tan tentadas por el exceso y la confusión, la hora del olvido no ha llegado todavía para él, y ojalá no llegue nunca, pues sembró el mundo de abundante material que ojalá se siga recuperando. Pues, como en su famosa novela de una línea, Monterroso -sin escribir pues no hacía más que corregir- siempre seguirá ahí corrigiéndonos y fascinándonos sin parar, frente a todos nosotros. Falta nos hace.
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