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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Gran Theron

No resulta extraño el interés que en EE UU provocó la vida criminal de Aileen Wuornos. Para una sociedad paranoicamente pendiente de la violencia, el caso de la primera serial killer de la historia criminal americana parece una tentación demasiado fuerte. Monster tiene una abundante literatura previa en la que inspirarse. La directora Patty Jenkins, también guionista, lo sabe, y sabe igualmente que gran parte de las vivencias previas al comienzo de la carrera criminal de Wuornos son conocidas por el público americano. De ahí que un veloz prólogo, junto con una conversación entre Aileen y su amante, Selby (la eficaz Christina Ricci), sean todo lo que necesitamos saber sobre un pasado que, como tantos, es el de una princesa rota: alguien que aspiraba sencillamente a la felicidad, pero a quien las cosas se le torcieron pronto y terminaron degenerando en un desesperado baño de sangre y venganza.

MONSTER

Dirección: Patty Jenkins. Intérpretes: Charlize Theron, Christina Ricci, Bruce Dern, Lee Tergesen, Annie Corleyh, Pruitt Taylor Vince. Género: criminal, EE UU, 2003. Duración: 111 minutos.

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Jenkins centra su atención sobre la peripecia amorosa con Selby. Ahí, más que en la vida de prostituta de la joven o en sus sumarias ejecuciones, está todo el filme. Jenkins se interesa por las razones que empujaron a la mujer hasta los abismos en los que cayó, en ocasiones con sádico placer, pero en otras con ostensibles, tremendos remordimientos. Y el retrato que emerge no es tanto el de una asesina cuanto el de una víctima: se diría que Jenkins parece comprensiva con sus razones. No hay más que ver cómo filma la secuencia de la violación y tortura a que la somete el primer asesinado para entender cuál es su valoración sobre el personaje.

Proeza

Pero Monster no sería lo que es, una vigorosa, tremenda historia de muerte y amores a contracorriente, sin la presencia inmensa de Charlize Theron. Por una vez, y contra lo que suele ser habitual en estos casos, su trabajo sobre, y con, Aileen no es sólo una proeza endocrinológica o la ocasión para el lucimiento del jefe de maquillaje. La actriz no se limita a poner su rostro y su físico, sino que compone con ellos un personaje explosivo, inquietante y siempre en tensión. Lo que hace con la gestualidad, sin ir más lejos, está en las antípodas de otros trabajos de este tipo (por ejemplo, el de la notable Nicole Kidman en Las horas, cojo en este aspecto). Es como si sus gestos hombrunos y su tremenda presencia terminaran por ocupar a la fuerza un encuadre que cuando ella está en él, y está mucho, parece romperse literalmente en mil pedazos, una proeza que seguramente le valdrá un merecido oscar.

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