El clan Elmuseui lo pierde todo
Una familia se resigna ante la muerte de dos de sus miembros y el derrumbe de su casa
La vida de la familia Elmuseui se quebró en la madrugada de martes cuando la tierra rugió y acabó con la vida de dos de sus miembros, sus cuatro casetas de piedra y les dejó sumidos en la desesperación más resignada. Antes eran pobres. Ahora es difícil describir su situación. El clan de los Elmuseui vivía hasta ese día en varias cabañas que constituían su hogar y donde se hacinaban hasta 20 personas. Son los padres y los hijos de cuatro hermanos, ya sexagenarios, que hace 41 años se mudaron a un cerro llamado Ezarokan al que se accede por un caminito empinado y embarrado.
Con sus manos levantaron las casas y con los años fueron acumulando gallinas y cabras. No muchas, pero suficientes para subsistir, sobre todo desde que dos hijos emigraron, como tantos rifeños, a Holanda. Con sus remesas, las cabañas se fueron rellenando con camas y mesas de madera traídas de Alhucemas, a unos 20 kilómetros. Desde la casa, en las montañas del Rif, se divisa el río Riss. El paisaje es de colinas suaves, de tierra roja, húmeda por la lluvia y las lágrimas.
"Es imposible describir que fue aquello. Horrible, espantoso", explica Bujaya Elmuseui, de 24 años. Bujaya es la tercera generación del clan que vive en el cerro. "Todo empezó a moverse, a saltar, a caerse. Salimos corriendo". Es entonces cuando se le quiebra la voz: "Mi hermana no pudo salir. La oímos gritar pero no podíamos mover las piedras que la cubrían".
La hermana de Bujaya falleció sepultada por las piedras que su abuelo levantó. Un tío de Bujaya, también murió. Su abuelo Mohamed, de 65 años, sobrevivió de milagro y se encuentra en el hospital. "Estuvimos oyéndole decir desde los escombros que se iba a morir, que no podía respirar pero conseguimos quitar los pedruscos que tenía encima".
Una de las cosas más sorprendentes es la resignación con que los afectados aceptan el destino. "Ha sido la voluntad de Alá", asegura uno de los ancianos del clan Elmuseui. Otras víctimas atendidas por el equipo de apoyo psicológico de la Media Luna Roja repiten también la misma frase, como explica el psicólogo que les atiende, Nahi Abdelaziz.
Abundan los testimonios similares al del clan Elmuseui en las zonas rurales del sureste de Alhucemas. Las casas son de piedras y barro,tienen una sola planta y carecen de ladrillos. Las viviendas están dispersas. Por la carretera se ven construcciones derruidas y mujeres y niños desescombrándolas. Lo que han salvado lo guardan. Sus pobres pertenencias son llevadas a improvisadas chabolas. Es el caso de la familia Halifa. La madre y sus cuatro hijos luchan por rescatar a gallinas sepultadas.
Los muertos no se ven. Se oye hablar de ellos y sus familiares los lloran. Pero no se ven los muertos. Apenas hay imágenes de recuperación de cadáveres bajo los escombros. Jamel el Idrisi es el alcalde de una zona rural llamada Tesarik. Asegura que sólo en su pueblo, de unos 500 habitantes, hay más de 58 muertos. "Todos", cuenta, "están ya enterrados". "Cuando el martes amaneció", relata Abdelmaluk Asih, que vive en Tánger, "las familias se pusieron a escarbar entre los cascotes y enseguida enterraron a los muertos. No esperaron a las autoridades ni a nadie. Las casas son de piedra y es relativamente fácil quitar los escombros".
Los que fallecieron en el hospital de Alhucemas reposan en una improvisada morgue en el puerto: en los contenedores para pescado. El muelle se ha llenado de gente con mascarillas.
Asih ha venido a Ait Kamara, el municipio dónde se situó el epicentro, a recoger a su padre, que ha perdido la casita de campo en la que vivía. Ante el edificio del Ayuntamiento han sido depositados 50 kilos de azúcar y otros tantos de harina enviados por el Gobierno.
La escasez ha originado una airada discusión entre un centenar de marroquíes, todos hombres. Algunos barbudos llevan chilaba; otros visten al estilo occidental. Pocos hablan francés o español. "¿Qué hacemos con eso? ¿De qué nos sirve?", vocifera uno que intenta zarandear al alcalde para manifestar su protesta.
Hasan Elmuseui prefiere mirar al futuro, pero sin prisa: "Hay que hacer tabla rasa. En 1994, unl terremoto dañó la vivienda y conseguimos repararla. Ahora hay que empezar desde cero". Hasan, pelo cano y corto y bigote espeso, afirma que es pronto para comenzar la reconstrucción y lamenta no poder invitar a un té pausado a todo el que pasa por la puerta: "Ahora nos dedicamos a rezar por lo que nos ha pasado y por nuestros muertos y a esperar alguna ayuda". Las mujeres, mientras, preparan el fuego. Cuando se las intenta fotografiar un hombre les prohíbe posar.
Hasta esta zona no llega la ayuda internacional. Sólo hay camiones del Ejército. En un caserío -un bar y tres casas junto a la carretera- se han reunido unos 30 hombres. Hasan Ochen, de 40 años, es de la comarca pero vive en Bilbao, donde trabaja de albañil. Cuando se le pregunta si ha visto llegar alguna ayuda señala a los siete militares que hay al otro lado de la carretera: "Sólo ésa y es para vigilarnos". ¿Llegará mañana? La Media Luna Roja reconoce que es difícil acceder a una población tan desperdigada. Los Elmuseui, parece, sólo se tienen a sí mismos.
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