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Elecciones 2004
Columna
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La vacuna Carod

Lo menos fingido de este carnaval es la cara de asombro que se le ha quedado a Carod Rovira: no entiende que le forzasen a dimitir por haber hecho algo que aparentemente todos -todos los que él conoce- veían bien. ¿No había asentido la multitud cuando Gemma Nierga instó a los políticos a buscar el fin del terrorismo mediante el diálogo?

La elasticidad de ese término permite interpretarlo indistintamente como: 1) diálogo con ETA, a fin de averiguar qué quiere y convencerle de que podrá alcanzarlo más fácilmente si renuncia a la violencia. Es la interpretación de Carod. 2) diálogo entre partidos, en particular con los nacionalistas vascos. A esta segunda acepción se atenía por ejemplo Xavier Bru de Sala cuando sostenía (La Vanguardia, 26-10-02) que "hay que estar ciego, o querer estarlo, para no ver que el modo de acabar con ETA es darle al PNV lo que pide (más lo que pueda pedir)".

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La fórmula Carod no es tan novedosa como parece creer. Fue reiteradamente ensayada en los años 80, pero hasta sus defensores más entusiastas tuvieron que concluir que no había nada que hacer por ese lado; que los intentos de convencer a ETA mediante el diálogo no sólo no acercaban el fin de la violencia sino que eran interpretados como una prueba de que con ella se puede condicionar la política: como mínimo, acelerar las contradicciones entre los partidos; como máximo, obtener concesiones que avalaran la eficacia de la lucha armada y la necesidad de su continuidad.

A partir de Ermua (1997) existía un amplio consenso sobre la conveniencia de cerrar toda vía de negociación política; cuando ETA comprendió que era definitivo giró hacia la estrategia de frente nacionalista plasmada en Lizarra. Ese pacto tuvo efectos negativos, pero tal vez fue una experiencia necesaria para convencer al PNV de que ni siquiera llevando las concesiones políticas hasta el límite (renuncia al autonomismo) desistiría ETA. Josu Jon Imaz admite ahora que en Lizarra su partido cometió el error de "mezclar paz y proyectos políticos". No es poca cosa: por sostener algo similar expulsaron del PNV a Emilio Guevara.

Sin embargo, hay cierta incoherencia entre esa autocrítica y la defensa del plan Ibarretxe. El lehendakari lleva años diciendo que el verdadero objetivo de su plan es "erradicar la violencia de ETA de una vez y para siempre", pero para conseguirlo aplica la segunda interpretación catalana del término diálogo: que los no nacionalistas acepten su programa máximo. En un folleto del Gobierno vasco difundido a fines de 2002 se resumía su "iniciativa para la convivencia" en diez puntos que venían a ser un compendio de las reivindicaciones nacionalistas: reconocimiento jurídico de la identidad nacional vasca y del derecho a consulta, relaciones con Navarra y País Vasco francés, poder judicial autónomo, selecciones deportivas, gestión de la Seguridad Social, voz propia en Europa...

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Esa era la situación a comienzos de año. El Pacto Antiterrorista había cerrado la esperanza etarra de que un cambio de mayoría pudiera significar la vuelta a la época de la negociación; y el PNV de Josu Jon Imaz, aunque mantenía el plan Ibarretxe, se consideraba vacunado contra la tentación de pactar con ETA e incluso rechazaba la oferta, avalada con el señuelo de una posible tregua, de incorporar a los ex batasunos a sus listas en candidaturas unitarias por la autodeterminación. En esas condiciones, Cataluña aparecía ante los encapuchados como el eslabón débil; como la última esperanza de ser tomados en serio.

El balance de la operación puede no ser tan beneficioso para ETA como se ha dicho. Su interlocutor ha quedado fuera de juego. Si lo que pretendía Carod era (como escribía el domingo en Deia el ex diputado abertzale Letamendía) "reforzar su perfil propio en el tripartito" y "presionar al PSC y a través de él al PSOE" para que rompiera el Pacto Antiterrorista, ha fracasado en ambos objetivos. Su sucesor, Josep Bargalló, declaraba el martes que "las cosas se aprenden con la práctica (...) Yo ahora sé que esto, siendo conseller en cap, es evidente que no se podía hacer". Y Pasqual Maragall, tras recordar que "un millón de catalanes pidió diálogo tras el asesinato de Ernest Lluch", ha dicho que "hoy no pedimos diálogo; hoy pedimos acabar con el terror. El único diálogo posible es cuándo y dónde entregan las armas". Tal vez el efecto de la iniciativa haya sido, por tanto, extender a Cataluña la vacuna contra la tentación de las soluciones imaginativas; en ese caso, la operación Carod le habría salido a ETA por la culata.

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