Carnaval
No sé por qué han llamado, a lo de estos días, Carnaval. Para mis alumnos todos los días del año son de diversión y trasgresión. Mi madre me contó que, durante la República, estando ella en un baile, llegó de improviso una mascarita y le propinó un beso en los labios a su pretendiente. Eso tuvo dos consecuencias fulminantes: una, que mi madre rechazó al pretendiente ("porque si la conocía, malo; y si no la conocía, peor") y empezó a salir con el que sería mi padre. Y, una segunda, que Franco se sublevó en África y prohibió los carnavales. La mascarita llevaba un disfraz con alitas, y es lo que dio origen al llamado efecto mariposa.
Pero en estos tiempos, ¿quién sería capaz de provocar con un beso un huracán en Florida o una guerra civil en España? Hoy casi todas las transgresiones ocurren en la realidad virtual, en forma de fantasías de adolescente. Bien es verdad que la adolescencia de algunos empalma directamente con el Alzheimer y así consiguen ejercer de fantasmas hasta la hora del asilo. Pero de vez en cuando alguna fantasía se derrama y surge el drama: el adolescente usa la katana contra los pesados de sus padres y el cocinero de Iparralde diseña un crimen perfecto para deconstruir su matrimonio.
Lo curas preconciliares ya conocían el peligro del desbordamiento de la fantasía. Por eso empleaban con los adolescentes un cuestionario de inculpación hiper-naturalista: "Los malos pensamientos, ¿con derrame o sin derrame?". Porque sabían que es en el mundo simbólico donde la voluntad libra las batallas decisivas; si se resquebrajan los diques del santo y seña convencional, veremos deslizarse por la pendiente de la perdición del alma a las tentaciones, pensamientos, fantasías y a las palabras impuras. Y entonces, de las palabras a los hechos solo quedará el trecho de la oportunidad.
Además de los adolescentes, los políticos también tienen tentaciones de vivir en un continuo carnaval. Y no sólo gustan de su mascarita sino que se empeñan en disfrazar a su adversario. Casi siempre de demonio, como explicó muy bien Antonio Elorza el sábado en estas páginas. El otro se enfada y le arrea una sonora bofetada. Entonces el primero viste al otro de camisa azul y el segundo al primero de rojo de Paracuellos. Pero sólo es carnaval. Se calmarán en cuanto votemos y les firmemos una renovación de contrato para que puedan seguir en escena otros cuatro años. Porque lo suyo es vocacional.
A tal punto ha llegado el carnaval cotidiano que los terroristas, en vez de esconderse y meditar cómo han llegado al estercolero de la historia, convocan ruedas de prensa disfrazados de Pompoff con boina y declaran solemnemente una tregua en una provincia del reino. "Que no vayan ustedes a creer que no matamos porque no podemos; que hemos dado en reflexionar profundamente y desde ahora no pondremos más bombas en los números impares". Y todo el mundo analizando: "¿Han dicho impares de portal o impares de piso?".
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