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Columna
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¡Oh!

No es bueno tomar a broma a la bestia. El mariscal Hindenburg llamaba "cabito" a Hitler, con menosprecio. Aquello no le costó la vida -como le costó al general Schleicher-, porque estaba muy mayor y murió antes. La voz atiplada del Führer y su gesto amanerado, ridículo, en los mitines hacía que la burguesía ilustrada alemana se mofara de él antes de 1933. Sólo unos pocos vieron la depravación que encerraba su gesto; el peligro, que era inminente. No es bueno tomar a broma a la bestia. Woody Allen parodia todo el mundo del espectáculo hueco con ese corto-biografía de su cuñado en Delitos y faltas: secuencias sucesivas del cómico vacuo, Mussolini gesticulante en su balcón, rematado con el rebuzno de un burro. También Mussolini ha sido objeto de trivialización (no necesariamente por parte de Allen). Claro que no es bueno esto. Nunca debe menospreciarse a la bestia.

Sin embargo, no puedo resistirme a comentar las imágenes de los encapuchados que anunciaron la "tregua unilateral para el pueblo oprimido de Catalunya" (como si por aquí anduviéramos los opresores; síndrome del criminal), para pasar luego a esta especie de sainete en que se ha convertido de un tiempo aquí la política española. ETA tenía ya una estética y un mundo simbólico de referencia: capucha oscura, anorak, fondo de bosque o habitación cerrada, herramientas sobre la mesa, una ikurriña y los símbolos de la serpiente y el hacha, tal vez, de fondo. Era la construcción de la imagen del héroe guerrillero, reflexivo pero activo.

Y en esto llegó Marcos y el zapatismo, y los tiempos mandaron cambiar. Tiempos de tregua y palomas pérfidas. La imagen se renovó: capuchas blancas con boina y un par de huecos redondos para los ojos... que más parecían disfraces para el Halloween americano. Aquello debió parecerles poco impresionante. Porque en la última comparecencia se repetían, pero, eso sí, con unos huecos para los ojos estudiadamente rasgados y agresivos. ¡Oh!

Sería una anécdota si el PP no les hubiera tomado tan miserablemente en serio, si no se hubiera interrumpido la emisión de TVE para dar paso a las insidias de un ¡candidato! en rueda de prensa, si Zapatero hubiera rechazado el guante de Rovira que le lanzó el PP, si Federico Trillo no se dedicara a parodiarse con patetismo, o si un presidente de autonomía no se dedicara a hacerse eco de chascarrillos soeces que circulan en mentideros de taberna y marujeo (masculino), para lanzarlos contra otro presidente de autonomía, con falta radical del respeto personal e institucional. Todo ello nos degrada hasta las heces. Vivimos entre lo ridículo y lo patético... con baños dramáticos de realidad.

La utilización insidiosa que Rajoy (y CiU) ha hecho del comunicado de ETA ha sido largamente comentado. No insistiré en ello. Pero uno, que no es dado a elogiar a Juan José Ibarretxe, debe decir en aras a la verdad que la reacción más ponderada y seria en aquella circunstancia fue la dada por el lehendakari. Por otra parte, resulta casi de manual apreciar que Carod Rovira estaba ya en la picota política, que la Generalitat avanzaba en su labor de depurar responsabilidades. Nada añadía el comunicado, salvo maquinaciones. En esa situación, Zapatero debió plantarse ante el PP y pedir la convocatoria urgente de la mesa de seguimiento del Pacto Antiterrorista. Sin más. Nada de nuevas exigencias a Maragall. Nunca más ETA en el debate político, seriamente dañado por el eco con que el PP acogió la noticia más que por la noticia misma, que no lo era en absoluto: no era sino una insidia.

Con todo esto quisiera hacer notar dos cosas: el empequeñecimiento pueril de la vida política que padecemos de un tiempo aquí y la pérfida corrupción contra la libertad que comunica la consideración de ETA como parte activa del sistema político; crisis en la vida política catalana, cargada de esperanzas hace cuatro días, y ruina de unas elecciones generales. Es necesario un renovado pacto antiterrorista presidido por la conciliación democrática. A ello debieran comprometerse seriamente los candidatos a la presidencia de España (parece que Zapatero lo percibe). El problema es que el electorado lo perciba del mismo modo.

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