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Columna
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Carne efímera

La climatología madrileña suele ser hostil al carnaval, no hay carne pecadora que resista expuesta mucho tiempo al frío, a la lluvia y al viento. La carne es la gran protagonista de la tragedia bufa, de la comedia trágica de cada carnaval. Ya sabe Don Carnal que su victoria contra Doña Cuaresma es efímera y que su reinado dura apenas siete días contra las largas cuarenta noches sobre las que reinará su enemiga, que lo es también de la primavera; la exuberancia de la Naturaleza propicia las efusiones y los excesos carnales, la primavera es una estación llena de peligros y tentaciones para el cristianismo, el Mundo, el Demonio y la Carne, tientan a los buenos cristianos tanto como a los malos y para poner coto a los bajos instintos recrecidos la Iglesia católica, que se las sabe todas, dedica sus más lúgubres y penitenciales fiestas y ceremonias a prevenir los riesgos estacionales. Desde el fúnebre recordatorio del Miércoles de Ceniza, a los tétricos y sangrientos rigores de la Pasión, y en el epílogo de mayo los virginales cánticos y las ofrendas florales que ensalzan la castidad y la pureza.

La Iglesia Católica aceptó de mala gana, fruncido el ceño y con la vara en alto, los desparrames carnavaleros y se limitó a cristianizar someramente unas paganísimas fiestas que no conseguían extirpar del todo entre sus fieles, herederos de tradiciones y culturas agrícolas y ganaderas que, mediados los rigores invernales, invocaban desaforadamente la llegada de la primavera, como si sus cíclicas bacanales pudieran alterar el inestable pero inalterable transcurso estacional, al tiempo que conjuraban a los gélidos espíritus del Invierno para que tomaran el portante. No contaban con el Espíritu Santo que les aguaría definitivamente sus transgresoras celebraciones a través de la jerarquía eclesiástica estrechamente aliada a las jerarquías terrenales civiles y militares.

Madrid recuperó los carnavales después de largos años de oscurantismo nacionalcatólico. A la ancestral animadversión eclesial por la fiesta venía a unirse la secular repulsión del poder a verse caricaturizado y escarnecido por el pueblo, repulsión exacerbada en el caso concreto del franquismo por el miedo a que la subversión se aprovechara de disfraces y enmascaramientos para subvertir impunemente el orden establecido y la moralidad pública. El retorno de los carnavales a los pocos meses de desaparecer el dictador se produjo en Madrid de forma espontánea, sin convocatoria ni patrocinio alguno. Cuando en febrero de 1976 los primeros disfraces y las primeras máscaras aparecieron armando bulla por calles, plazas, bares y tabernas de Malasaña, fuimos muchos los nativos del lugar que preguntamos a qué se debía la mascarada, siendo puntualmente informados por los disfrazados y enmascarados de que estaban celebrando el carnaval como tenían costumbre de hacer en sus respectivas comunidades y localidades de origen, especialmente Canarias y Cádiz, donde el franquismo al no poder erradicar las fiestas, se había contentado con enmascararlas el nombre y disfrazarlas de Fiestas de Invierno. Poco o nada debían pintar las autoridades en unas fiestas dedicadas a ponerlas en solfa, pero en Madrid la recuperación era un hecho consumado cuando el gobierno municipal de Tierno Galván decidió tutelarlas, promocionarlas y subvencionarlas, sin intervenir demasiado en ellas. En uno de los últimos carnavales que viviría Tierno en la alcaldía, compartí tribuna con él para asistir al desfile de carrozas. Caía una noche heladora y batía un turbulento viento de costado, pero el alcalde no había renunciado a su disfraz de viejo profesor, traje gris perla, nívea la camisa y la corbata sobria, sin abrigo, impasible el ademán, bendiciendo con su laica presencia y anuencia aquel desfile de excesos, parodias e irreverencias.

Con más pena que gloria transcurren este año los carnavales madrileños, una comparsa de romanos de Tomelloso ganó el deslucido concurso con la advertencia de que el Imperio contraataca. Y ya se sabe que el nuevo emperador detesta cualquier género de exhibicionismo físico o intelectual, que reniega del top less y del tanga tanto como de la crítica y la mofa, partidario de Doña Cuaresma Nuclear y enemigo de Don Carnal ecologista y pacifista.

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