Milenarismo en Uganda
Ocasionalmente, las guerras ignoradas que asolan África sorprenden con una noticia tan atroz como la matanza en Uganda de dos centenares de civiles en su campo de refugiados a manos de un grupo fundamentalista cristiano que lleva 17 años en lucha con el régimen del presidente Yoweri Museveni. Días antes, el Ejército de Resistencia del Señor -que así se llama una partida de alrededor de 2.000 combatientes dirigida por un ex monaguillo iluminado que alguna vez ha esgrimido los diez mandamientos como su modelo de gobierno en la Tierra- había asesinado a otro medio centenar de refugiados en un campo vecino.
Las dos matanzas forman parte de una riada de sangre que asola el África subsahariana como epígono de guerras interminables que causan millones de víctimas. Esas contiendas, que atrapan enormes zonas del continente y de las que podrían contarse en los últimos diez años más de una veintena -desde Níger a Angola, desde Guinea a Somalia-, hacen todavía más pobres y dictatoriales a los países que las padecen. Es un gigantesco círculo vicioso de violencia, miseria y corrupción.
En lugares de patética pobreza, unirse a un grupo armado es para muchos adolescentes una manera de conseguir comida y, a veces, de mantenerse vivo. Ése es uno de los elementos distintivos del ugandés Ejército del Señor, cuyas filas están nutridas básicamente de niños o jóvenes de la tribu norteña acholi, con frecuencia secuestrados y siempre fanatizados por sus jefes. Sus procedimientos, puestos de relieve en el asalto al campo de Lira, son como los de milicias similares en Liberia, Congo o Sierra Leona: una violencia feroz que hace de la mutilación, la quema o el acuchillamiento herramientas de combate.
En general, las tribus ugandesas coexisten más o menos pacíficamente. Pero en un país todavía no recuperado de la herencia traumática de Idi Amín, las tropas de Museveni -él mismo producto de un golpe de Estado y mano de hierro desde 1986- no han sido capaces de acabar con una insurrección tribal de credo milenarista e imprecisos fines políticos. Y ello pese a que esta guerra del fin del mundo, de las que se despachan en Occidente con quince líneas o diez segundos de vez en cuando, ha provocado decenas de miles de muertos y más de un millón de huidos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.