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Columna
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Velo

El debate sobre la prohibición del velo islámico en las escuelas francesas encuentra en nuestro país un debate paralelo, vehemente y a menudo superficial, como siempre que se discuten problemas ajenos. Los que se oponen a la prohibición suelen invocar la libertad de expresión o, afinando más, de culto, el derecho a profesar y practicar la religión que cada cual elija. No dicen, sin embargo, que toda norma ha de adaptarse al sentido común. Un locutor de radio que defendiera la reencarnación del karma durante la retransmisión de un partido de fútbol sería tachado de incompetente; no está permitido entrar en el metro vestido de nazareno con una cruz a cuestas, etcétera. También hay atuendos que perturban el orden, aunque carezcan de contenido metafísico: es inapropiado asistir a clase de Derecho Procesal vestido de baturro. En cambio, lo contrario puede ser cierto: hacia 1683, durante el asedio de Viena por los turcos, alguien inventó el cruasán, un bollo en forma de media luna, que los sitiados se comían haciendo cuchufleta del símbolo sagrado de los sitiadores, y que hoy, desprovisto de toda significación sacrílega, alegra el desayuno de moros y cristianos.

Reconozco que estos símiles son exagerados e irrelevantes, aunque no más que el reiterado argumento del piercing y la tanga como muestra de parcialidad y en defensa del velo. Sólo quería explicar que a veces las cosas no son lo que son, sino lo que connotan en cada momento y lugar. Y el velo islámico connota oposición al sistema educativo laico e igualitario.

Si el mundo occidental ha de comparecer ante el tribunal de la historia, deberá dar cuenta de muchas fechorías y en su defensa podrá alegar muy pocas cosas. Una de ellas es el sistema educativo, o lo que queda de él. La emancipación de la mujer o lo que haya habido de progreso social han sido fruto de la educación, en la medida en que la educación ha permitido que estos cambios impregnaran la cosa pública. Basta hojear la prensa diaria para ver que estos logros son precarios. La toquilla femenil no es un peligro serio; sí puede serlo una tolerancia que no se base en la comprensión, sino en la inseguridad. Si para el mundo islámica el velo es un objeto sagrado, para el mundo occidental la educación también lo es.

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