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Columna
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Después de tantos años

La Sala Kubo de la Kutxa acoge obras de artistas españoles procedentes de los fondos del Reina Sofía. Lleva por título Cambio de siglo (1881-1925). Hace año y medio, se exhibió esta misma muestra en la Fundación Caja Vital. Esta cesión y otras tres más que están programadas se enmarcan en un acuerdo entre el Reina Sofía y la Confederación Española de Cajas de Ahorro.

La mayoría de las obras aguantan enfelizadamente el paso del tiempo. En esta ocasión, ha captado nuestro máximo interés el aporte de las esculturas. La palpable vitalidad del torso de mármol de Josep Clará; las dos obras, el bronce y el cobre repujado, de Julio González, que no hubiera dudado en hacer suyas el mismísimo Matisse; la piedra de Victorio Macho, con las apenas esbozadas manos, tan expresivas como dolientes, delante del pecho del moribundo; la formidable escultura de la gitana María realizada en bronce por Julio Antonio a los 19 años; los dos estilizados desnudos de Mateo Inurria y Pablo Gargallo, de 1920 y 1923, respectivamente, sin olvidarnos de las aportaciones en el mundo de las tres dimensiones de Emilio de Madariaga, Manolo Hugué, Mateo Hernández, Daniel González, Enric Casanovas, Emiliano Barral y Ángel Ferrant.

En cuanto a la pintura destacan los dos expresivos y potentes óleos de los hermanos Zubiaurre; el par de retratos alargados de Anglada-Camarasa (al modo de Gustav Klimt); el exuberante jardín, un tanto simbólico, de Santiago Rusiñol; las tenebristas piezas de Gutiérrez Solana; la mínima playa de Regoyos, pintada con cálida emoción; los dos desnudos de Iturrino, ahítos de ardiente sensualidad; el espectacular contraluz de Eduardo Chicharro. El resto de las piezas alcanzan buena nota.

La exposición se completa con obras de los fondos de la colección de la propia Kutxa. Descubrimos algunas piezas estupendas. Varias de pequeño formato, como por ejemplo dos de Iturrino, que son puro Cézanne, cuatro de Regoyos, en su mejor línea, tres de Tellaeche (la del pescador de Lekeitio es notable), una de Ricardo Baroja, con el toque recio, sobrio, descarnado, dos de solvente factura de Arteta (una figura y un paisaje), tres liliputienses apuntes impresionistas de Sorolla, varias de Valentín Zubiaurre, donde destaca un tema castellano con una atmósfera en un tono rojizo muy intenso, un raro bodegón de Anglada-Camarasa, cuyo valor superior está en el segundo plano, en ese arbolado al estilo de art nouveau, entre otras más, sin olvidarnos de la obra de Ignacio Ugarte Las planchadoras (1892), un hermoso contraluz, donde algunas zonas provocadoramente desdibujadas, e incluso sucias, sirven para que el protagonismo perfilar de la luz haga cantar con más alegría al todo.

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