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Columna
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El barullo

Enmarañadas y barulleras se nos presentan estas desquiciadas semanas de vísperas electorales. La claridad, la transparencia en programas, declaraciones, actuaciones o promesas que inciten al elector a tomar una decisión y acudir a las urnas parece como si se sustituyesen por el enredo. Que no otra cosa fue, por ejemplo, la lamentable intervención de la diputada de Zaplana, Asunción Quinzá, el miércoles pasado en las Cortes Valencianas. No es la única muestra del barullo, pero sí es relevante y significativa, porque mezcló los atributos varoniles del caballo de Espartero con el lamentable y colonial hecho de que Gibraltar siga bajo el mando de su graciosa Majestad británica. O, si se quiere más jocoso y triste todavía, puso en el mismo frasco las habilidades bucales de la famosa becaria de la Casa Blanca durante el mandato de Clinton y la entereza de ánimo que todos necesitamos para superar el mal trago de los irredentos de la sinrazón que, miren ustedes por donde, ya han originado demasiada víctima y demasiado malestar social.

El barullo no mide las palabras. Balbucea trastocando de forma repetitiva las palabras y la realidad. Aunque la palabra encierre el concepto de justicia, y la realidad señale a la sinrazón encapuchada que apunta y atina y causa dolor. Más claro. La inmensa mayoría de valencianos apretó siempre los dientes y blasfemó en urdu, cuando la sinrazón terminó con los años jóvenes de un concejal del Partido Popular, o del PSOE, o con la vida de un simpatizante de Izquierda Unida, o la de un guardia civil o un policía autónomo, o niño o una pacífica ciudadana que acudió a comprar al supermercado. Esa inmensa mayoría de valencianos acudió en la última convocatoria autonómica a la urnas y eligió a quienes ahora son sus representantes parlamentarios. Y ninguno de esos representantes ha defendido o manifestado jamás que la sinrazón pudiera matar a unos y a otros no. Y eso es precisamente lo que balbuceó la diputada Quinzá, tan propensa a la confusión y al barullo preelectoral. Y lo balbuceó cuando hubiese tenido que hablar o comentar algo a los representantes de la izquierda y centroizquierda valenciana acerca de una propuesta sobre la protección jurídica de los menores. Y lo balbuceó cuando tenía la oportunidad de exponer lo que entendía sobre el concepto de justicia, referido a esa propuesta de protección jurídica. Pero mezcló la protección de menores con los encapuchados de la sinrazón, y a los encapuchados de la sinrazón con el agua del Ebro y el agua del Ebro con la leal oposición parlamentaria que tenía en los escaños de enfrente y... Flaco servicio parlamentario y electoral le ha prestado a su partido: siempre habrá electores que caigan en el vicio de reflexionar.

Y es que el barullo y la maraña, aunque quizás no haya nada legislado al respecto, deberían ponerse fuera de la ley, como se ponen fuera de la ley en un estado democrático a quienes atentan contra la convivencia y las libertades democráticas de los demás. Y el balbuceo de Quinzá es sólo un ejemplo muy vidrioso, eso sí. El enredo es como ensuciar la claridad y la trasparencia que requiere la democracia. Y a los propensos a la maraña y protagonistas de barullos, si tienen convicciones democráticas, cabría recordarles una vieja sentencia de los judios centroeuropeos que perpetuaron en su lengua yiddish familiar: "No debéis escupir en el agua del manantial, porque quizás tengáis que beber un día de ella".

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