Sin remedio
CON SU INFAME comunicado, ETA ha irrumpido en la campaña electoral, trastocando todos los planes y estrategias de los partidos. No lo habría conseguido si su irrupción no hubiera estado precedida de la visita que a principios de enero les giró el entonces conseller en cap de la Generalitat catalana. Pero el regalo que este aprendiz de brujo les llevó colgado de su escoba era tan apetitoso que no podía dejar pasar la ocasión sin exprimir todo su jugo. Ya puede decir el felón, y quienes todavía culpan de todo lo ocurrido al Gobierno del PP, lo que quieran: si no hubiera ido de excursión a Perpiñán; si no les hubiera recordado, con un mapa extendido encima de la mesa, dónde está España y dónde Cataluña, ETA no habría tenido capacidad alguna para determinar el resultado de las próximas elecciones.
¿Lo ha determinado? Si estas elecciones se hubieran presentado igualadas, Carod y ETA no habrían podido imaginar una secuencia de hechos más propicia para sacar de sus dudas a los electores todavía indecisos y entregar un limpio triunfo por mayoría absoluta al Partido Popular. Primero, un viaje de incógnito para negociar no se sabe qué en vísperas de una convocatoria electoral; luego, una crisis de gobierno resuelta tarde y mal, con varias piezas de la vajilla hechas añicos; más adelante, y como secuela cantada de la negociación, un comunicado de la banda con un veneno mortal para la mera posibilidad de supervivencia de un Gobierno de coalición ya tocado del ala; en fin, un nuevo boquete en la línea de flotación del barco socialista, claramente escindido por la cuestión que más duele en el presente, la nacional.
De modo que todo el daño de la incalificable iniciativa política del ex conseller en cap se lo inflige a su propio campo, el de la izquierda, pero no por algo que tenga la más mínima relación con una política de izquierdas. Nadie, entre los posibles votantes de izquierda, discute del tripartito sus políticas urbanísticas, sanitarias o hacendísticas. Por ese lado, el tripartito no ha entrado en crisis. Pero todo lo que tradicionalmente definía un programa de izquierdas ha saltado por los aires ante la carga nacionalista que, de pronto y en las peores circunstancias para ellos mismos, ha llenado hasta rebosar la política de ese Gobierno. Ya pueden repetir la cantinela sobre la necesidad del tripartito para llevar adelante una política de progreso; si continúa en vida, no será por esa razón; será por salvar una alianza nacionalista.
Lo cual, de consumarse y salvando todas las distancias, convertiría a Maragall en una especie de Madrazo catalán; es decir, en alguien a quien le importa poco, por un lado, los contenidos programáticos de una política de izquierda, y, por otro, lo que ocurra con su formación política en el ámbito estatal con tal de que en el catalán se salven los bártulos de un Gobierno de coalición que, a diferencia del dirigente de Izquierda Unida en Euskadi, él preside en Cataluña. La deriva nacionalista emprendida por el PSC, acompañada de cierto desdén airado hacia las posibilidades reales de una política de izquierda en el ámbito español, habrá producido efectos incalculables si Maragall se emperra en no considerar, de todo el estropicio causado por su coligado, nada que no afecte a su permanencia al frente de la Generalitat como cabeza visible de un pacto en el que la presunta izquierda se hunde ante el peso de un nacionalismo que servirá, una vez más, como coraza de inmunidad ante las peores fechorías.
Y por lo que respecta al PSOE, todo el esfuerzo por transmitir al electorado la impresión de estar listo para gobernar, con un programa atractivo tanto en contenidos políticos como en forma de hacer política, cohesionado, con un liderazgo integrador, alejado por completo de resabios caudillistas, se lo habrá tragado la tierra. De nuevo, si algo hay en el actual panorama político en lo que el Partido Popular aparezca invulnerable al ataque es en que su política con ETA ha resultado eficaz. ETA es, desde todos los puntos de vista, más débil hoy de lo que nunca lo ha sido en su historia. Esta constatación no equivale a decir que esté definitivamente derrotada ni sea incapaz de perpetrar nuevos atentados criminales. Exactamente por eso, cualquier iniciativa tomada o avalada por un partido de izquierda para mantenerla en vida no hace más que reforzar a la derecha. En este sentido, el daño causado por Carod Rovira tiene ya difícil, si no imposible, remedio.
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