Las guerras del presidente
Bush se presenta como garante de la seguridad, pero le estorban sus historias de juventud
"Mi determinación es la misma que el día en el que caminé sobre los escombros de las Torres Gemelas. No cederé hasta eliminar lo que amenaza a Estados Unidos". Con la voz quebrada por la emoción, George W. Bush habló así el martes a los soldados de la Guardia Nacional de Arkansas que se entrenan en Fort Polk (Luisiana) para ir a Irak en marzo.
Bush, como muchos otros jóvenes de su generación y de su nivel económico, evitó ir a Vietnam en 1968 y optó, con alguna ayuda, por alistarse en la Guardia Nacional de Tejas. Allí se hizo piloto y cumplió hasta el último año y medio, cuando pidió el traslado a Alabama, en donde casi nadie le recuerda. Dejó de volar, no se sometió al examen físico obligatorio y pidió la baja para estudiar en la Universidad de Harvard. Con su visita a Luisiana, Bush trata de alejar la imagen de que colgó el uniforme mucho antes de lo previsto, porque es un capítulo de su vida que le resta credibilidad.
Es lo mismo -salvando todas las distancias- que intenta hacer para contrarrestar que no se hayan encontrado armas biológicas y químicas en Irak. El presidente justifica sus decisiones: "Entre aceptar la palabra de un loco o actuar para defender a América y al mundo, siempre haré lo segundo". Es un argumento que aún cala en la mayoría de la población, que también cree -a pesar de la ausencia de pruebas- que había vínculos entre la red terrorista de Al Qaeda y el régimen de Sadam Husein.
Tampoco Kerry ha hecho hasta ahora sangre de la mili de Bush. ¿Por qué? Quizá porque tiene alguna historia poco brillante: en 1971, cuando los veteranos protestaron contra Vietnam, Kerry tiró en las escaleras del Capitolio las medallas de otros y las cintas de las suyas, y guardó cuidadosamente sus condecoraciones. Y en 1992, para defender a Bill Clinton -que tampoco fue a Vietnam, como George W. Bush-, Kerry dijo: "No podemos dividir el país entre los que fueron a la guerra y los que no fueron".
De forma que los talones de Aquiles bélicos del presidente -Alabama e Irak- le restan credibilidad ahora, pero eso no quiere decir que le vayan a costar la elección: "Lo que realmente va a importar es lo que pasa con la economía, con la guerra y si va a explotar alguno de los escándalos pendientes. Los sondeos pueden cambiar: si atrapan mañana a Osama Bin Laden, los sondeos darán la vuelta; si la economía tropieza, cambiarán; si se empieza a crear empleo, volverán a cambiar", dice Lichtman, que cree que Bush es todavía favorito: "Las probabilidades están aún a su favor. Cuando la oposición gana es porque algo va mal. Los demócratas van a necesitar que algo vaya muy mal con la economía, los escándalos o la guerra. No más o menos mal, sino definitivamente mal".
Lo que es un hecho en esta larga campaña es la polarización y el pronóstico de que la pelea va a ser a muerte. Los republicanos daban las elecciones por ganadas, y no es así. Los demócratas, en plena efervescencia y movilización, creen que la victoria es posible, porque el país sigue dividido al 50% y Bush es vulnerable. Todos tienen razón. Como escribe la conservadora Peggy Noonan, "ambos partidos han comenzado hambrientos: uno, hambriento de poder y de revancha; el otro, hambriento de una victoria que no se cuestione y de un mandato. Puede ser un año de sorpresas".
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