Abbado regresa con una versión cristalina de 'Così fan tutte'
El director milanés inicia una gira por Emilia-Romagna
Los conciertos de Lucerna el pasado agosto significaron la resurrección de Claudio Abbado para el mundo de la música, después de una grave enfermedad de cáncer de estómago. Su despedida como director del Festival de Pascua de Salzburgo en 2002 se percibió como una retirada del género lírico. No ha sido así. Su cristalina lectura de Così fan tutte anteayer en Ferrara ha demostrado que el director italiano está en plena forma.
Claudio Abbado está ya de vuelta de todo y ha conseguido además (no de Berlusconi, precisamente) un afecto colectivo generalizado. De los músicos, que formaron para él una orquesta de ensueño en Lucerna. De los espectadores, que siguen con fervor sus espaciadas apariciones en público y le muestran su admiración sin reservas. Han bastado unas declaraciones suyas en los principales medios de comunicación italianos contra los pobres contenidos culturales de las televisiones (el canal Arte, aparte) para recibir un aluvión de adhesiones en la última semana. Recala ahora con una gira en la región históricamente más entroncada ideológicamente con la izquierda de Italia, con citas en Ferrara, Módena y Regio Emilia, para mostrar la ópera mozartiana más pesimista desde una perspectiva de enorme lucidez, después de haber estado en Cuba en enero impartiendo sus conocimientos musicales a jóvenes instrumentistas y orquestas locales. Ha sido una estancia en silencio, sin despliegue de medios de comunicación, en función únicamente de la música y la solidaridad, con reflejo mínimo en los ecos de sociedad en los periódicos europeos salvo por la concesión a su gesto del premio más alto de las Artes en la isla caribeña.
La vinculación de Abbado con Ferrara partió de la idea de crear un centro de perfeccionamiento para jóvenes músicos en 1989. Después evolucionó en la consolidación de orquestas, con Ferrara como sede. Desde hace unos años, la ciudad es el cuartel general italiano de la Mahler Chamber Orchestra. En el recoleto y escondido teatro Comunal de la ciudad, Abbado dirigió un año El viaje a Reims, de Rossini, en el emblemático montaje de Luca Ronconi que revolucionó el festival de Pesaro. El impacto fue irreversible y, en años sucesivos, Abbado se haría cargo de la trilogía de óperas de Mozart y Da Ponte, de los verdianos Simon Boccanegra o Falstaff, o del rossiniano El barbero de Sevilla, es decir, un ramillete de sus óperas preferidas, si aparcamos por las dimensiones del teatro algunos títulos de Mussorgski, Alban Berg y quizás Wagner en estos años recientes.
De hecho, Così fan tutte se había ya representado en 2000 en Ferrara con un reparto muy similar al de anteayer y con la misma dirección escénica del napolitano Mario Martone, tan eficaz teatralmente como ausente de sugerencias escenográficas. Cosi es, pues, una declaración de principios, de, digámoslo así, afinidades electivas. El año próximo Abbado volverá a Mozart con La flauta mágica, pero, en fin, eso es otra historia.
La última ópera mozartiana en colaboración con Da Ponte es contemplada hoy por Abbado con una mirada serena, parsimoniosa, reflexiva y sensible en su apariencia juguetona, con un sonido casi camerístico, con una tensión musical suave pero sin ningún tipo de desfallecimiento y con una obsesión por el perfeccionismo del detalle que lleva al espectador a una sensación de hipnosis, por esa belleza efímera de la música que se construye y se va a cada instante. Es una versión transparente como el cristal, susurrante a veces e insinuante otras, pero siempre intencionada, sin concesiones a la facilidad, con un tono claroscuro y agridulce, ajustada al carácter de la obra como un guante. Las dos parejas de cantantes protagonistas se desenvuelven en una perfecta simbiosis con el enfoque musical, tanto Rachel Harnisch (Fiordiligi) y Anna Caterina Antonacci (Dorabella) como Charles Workman (Ferrando) y Nicola Ulivieri (Guglielmo). Por la imponente prestación teatral se redimen de sus dificultades vocales Ruggero Raimondi (Don Alfonso) y Daniela Mazzucato (Despina). Con unas y otras cosas, la representación fluye con tal ligereza que las tres horas de música se pasan en un suspiro.
De Berlín al cielo
Al margen de que coincidiera con su deterioro físico, la despedida como director musical de la Filarmónica de Berlín supuso una liberación para Claudio Abbado. Ahora hace lo que le da la gana y musicalmente está mejor que nunca. Se siente querido incluso por los instrumentistas más escurridizos. Mañana, por ejemplo, dirige a la singular Martha Argerich en un concierto de Beethoven en Ferrara. Los de la orquesta Mah-ler se dejan la piel por él y no digamos los de la del Festival de Lucerna. Volverá a reencontrarse esta temporada con la Filarmónica de Berlín, pero sospecho que donde más a gusto se encuentra es en actuaciones como éstas de Emilia Romagna, tendiendo un puente con sus actividades juveniles como comunista en el marco de Música Realtá, con los Pollini y otros, dando conciertos en las fábricas para la clase obrera. A Abbado le queda tiempo además para navegar a vela en Cerdeña y recibir a sus amigos. Un privilegio: de Berlín al cielo.
Babelia
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