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Los personajes retratados por Van Dyck vuelven a vivir de la mano de Ronconi

Milán recupera un 'Cristo' del maestro de Flandes y lo presenta junto a más de 30 obras

Enric González

Anton Van Dyck (1599-1641), oscurecido por la sombra de su maestro Rubens, disfruta de un redescubrimiento mundial. Washington, Londres, Amberes y Génova ya le han dedicado antológicas. En el Palacio Real de Milán se inaugura hoy la muestra más sutil del maestro de Flandes: Luca Ronconi, director artístico del Piccolo Teatro de Dario Fo y colaborador de la Scala, ha creado para los personajes retratados por Van Dyck un "escenario", y los hace converger hacia un Cristo descendido de la cruz, desaparecido durante 50 años y que la policía acaba de recuperar.

La exposición, titulada Reflejos italianos, reúne 35 obras que definen la transformación que Van Dyck experimentó durante sus seis años en Génova, Venecia, Turín, Roma y Palermo. Llegó a Italia en 1621, con sólo 22 años, recién salido del taller de Rubens y con fama de imitador; pintaba maravillosamente, pero imitaba.

Pedro Pablo Rubens le había orientado hacia el retrato, una vía que podía satisfacer la vocación cortesana y los gustos caros del joven. En Venecia descubrió a Tiziano; en Roma, a los clásicos; en Palermo, la luz. E imitando se convirtió en pintor. Cuando abandonó la Península, en 1627, su prestigio era enorme en toda Europa.

La predicción de Rubens se cumplió y Van Dyck acabó siendo el gran retratista de su época y, durante su estancia londinense, en el fundador de la escuela inglesa del XVII y XVIII. Maria Grazia Bernardini, a cargo de la exposición de Milán, opina que "sin el choque con el arte italiano, Van Dyck no habría alcanzado la grandeza".

"Sus cuadros son personas; cuando me propusieron organizar el espacio de la muestra pensé en lo mucho que el teatro y la ópera habían copiado de él: los trajes, las joyas, los decorados..., y decidí que le convenía un escenario", explica Luca Ronconi. El eterno colaborador de Darío Fo oscureció la Sala de las Cariátides del Palacio Real, en ruinas desde la Segunda Guerra Mundial, y montó falsas paredes barrocas desde las que los personajes de Van Dyck, cardenales y miembros de la nueva aristocracia burguesa como los Doria y los Grimaldi, iluminados individualmente, convergían hacia los cuadros de tema sacro y, finalmente, hacia el deslumbrante Cristo recién recuperado.

La idea de la muestra, con la que el Palacio Real de Milán quiere situarse en el circuito de los grandes centros de exposiciones, partió en realidad de la aventura del Cristo de Van Dyck y de la necesidad de vestir su recuperación. Se sabía de la existencia de la obra, pero se le había perdido el rastro hacia 1947. En los archivos de la división de Objetos Artísticos del Arma de Carabineros constaba que su propietario de entonces, el duque Airoldi di Cruillas, había desmontado la tela al principio de la guerra y la había ocultado bajo su propia cama para protegerla de los bombardeos, y que al acabar el conflicto, cubierta de hongos y polvo, la había transportado a Roma para que un restaurador la limpiara. A partir de ese momento, misterio: la obra fue catalogada como "en préstamo en el extranjero", supuestamente enviada a Suiza a través del Vaticano, y se esfumó.

El dueño posterior, del que se oculta el nombre, dijo haberla perdido. Hasta que, en 1997, intentó, con cierta inocencia, que un organismo estatal la autentificara. Los carabineros investigaron y descubrieron un intento de exportación ilícita, tras el cual fue incautada. Todos esos años el Cristo no se había movido de Italia: siempre estuvo oculto en un sótano romano. Ahora el cuadro, restaurado, se expone por primera vez.

<i>George Gage i due uomini,</i> óleo de Van Dyck (National Gallery de Londres).
George Gage i due uomini, óleo de Van Dyck (National Gallery de Londres).

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