A cala y a prueba
La Convención Nacional celebrada el pasado fin de semana en Madrid para aprobar el programa electoral del PP dejó entrever los terrores nocturnos sobre la idoneidad de Rajoy como candidato que parecen asaltar a sus compañeros de partido en los momentos de insomnio. Desde el comienzo de la campaña en curso, las comparecencias públicas del secretario general del PP fueron escoltadas por un nutrido grupo de dirigentes populares sentados a sus espaldas -como los invitados de un programa de televisión- en un doble papel de fiadores y de vigilantes. Este fin de semana, sin embargo, el candidato ha compartido no sólo espacios sino también micrófonos: si la jupiterina intervención de Aznar dejó bien en claro quién lleva los pantalones y sigue desempeñando el papel de padre castrador dentro de la familia, la reaparición de Rato en la tribuna recordó que el favorito de la militancia popular para la sucesión -sacrificado el pasado mes de septiembre en favor de Rajoy- sigue gozando de los fervores de las bases y no está dispuesto a renunciar a su carrera política.
Pese al reiterado e inconvincente uso que viene haciendo el candidato de la primera persona del singular a la hora de hacer promesas electorales, los hacinados escenarios de los actos del PP -diseñados como platós para los Telediarios de RTVE- transmiten la oscura sensación de que Rajoy no es sino un primus inter pares. Esa nivelación horizontal en una organización hasta ahora verticalmente jerarquizada es fácil de explicar: siempre que el líder de un partido abandona el poder de manera voluntaria tras haberlo ocupado durante años con éxito, el sucesor sólo logrará colmar el vacío dejado por su predecesor si supera sus éxitos. El diseño de la campaña y los discursos pronunciados en la Convención despiden una tufarada de desconfianza acerca de la capacidad de Rajoy para soltarse del taca-taca de Gabriel Elorriaga y caminar por su cuenta. La parábola futbolística de Aznar sobre el equipo timorato condenado a empatar por limitarse a defender con cicatería cobarde su ventaja inicial recordó las ominosas amenazas lanzadas contra los tibios por los tronitonantes predicadores de los ejercicios espirituales.
La decisión del PSOE de centrar su campaña sobre la figura de Zapatero pone todavía más de relieve la estrategia de bajo perfil, discreta sordina, colores apagados, fobia a los periodistas y candilejas compartidas planeada por el PP para proteger a su candidato. El zafio concurso de retruécanos, chistes infantiles y juegos de palabras celebrado por los portavoces oficiales y periodísticos del Gobierno para ridiculizar el logotipo ZP trasluce su temor a ese desplazamiento de la propaganda electoral socialista desde las secuencias panorámicas hacia los primeros planos. El obstinado veto a los debates televisivos cara a cara entre Rajoy y Zapatero sólo se explica por la generalizada sospecha del PP de que su candidato no sería capaz de valerse por sus propias fuerzas.
Las campañas del PP, sin embargo, se personalizaron en Aznar desde las legislativas de 1989 hasta las municipales de 2003. La única explicación razonable para esa disonancia es que Rajoy no recibió de Aznar el pasado septiembre un cheque en blanco: como hacen los vendedores callejeros con los melones, el PP lo presenta a las urnas a cala y a prueba. No sería la primera vez que un presidente del PP dimisionario vigilase de cerca los pasos de su sucesor y regresara al sillón para echarlo: Miguel Herrero, Antonio Hernández Mancha y Marcelino Oreja precedieron a Aznar en los favores de Manuel Fraga. El asfixiante arropamiento dispensado al candidato por la plana mayor de la organización popular denota su creciente recelo de fondo sobre las posibilidades de Rajoy de ganar por mayoría absoluta a Zapatero. Y los barones del PP -con Rato a la cabeza- permanecen a la espera de que ese eventual fracaso electoral el 14-M les proporcione la oportunidad de presentar el año 2008 su propia candidatura: siempre en el supuesto de que Aznar no cambie entonces de opinión y opte por regresar al campo de batalla.
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