La fragilidad de la democracia rusa
El temor a disentir se ha fortalecido durante el mandato del presidente Vladímir Putin
El autoritarismo, la sumisión y el miedo a disentir se han fortalecido en Rusia durante el mandato de Vladímir Putin. Cuatro años después de la llegada al poder de un líder formado en los órganos de seguridad del Estado, el frágil sistema democrático que impulsaron Mijaíl Gorbachov y Borís Yeltsin, o bien se ha atrofiado o bien se ha convertido en un ritual vacío, según indica la campaña para los comicios presidenciales del 14 de marzo, iniciada la semana pasada.
Ignorando la ley, Putin eligió el comienzo de la campaña para poner en escena su primer acto de campaña como candidato con la ayuda de la televisión del Estado, que lo retransmitió en directo. Tres de sus contrincantes protestaron ante la Comisión Electoral Central, cuyo presidente, Alexandr Veshniakov, admitió que la televisión podía haberse "pasado un poco".
Los dirigentes de la campaña electoral de Putin decidieron también publicar el discurso íntegro del presidente en el diario Izvestia, que en el pasado fue el órgano del Gobierno soviético y que hoy es financiado por el oligarca Vladímir Potanin. La publicación teóricamente se pagó con los fondos electorales y se imprimió con una letra más grande de lo normal, la que es usual en los anuncios publicitarios. Potanin, que se benefició de las privatizaciones de los bienes del Estado, responde ahora al modelo del "capitalista patriótico", tras sacar las pertinentes conclusiones del encarcelamiento de Mijaíl Jodorkovski. La fiscalía, mientras tanto, acumula nuevos expedientes contra este petrolero, que quiso romper con las reglas de juego del Kremlin. Oligarca patriótico ha resultado también Víctor Vekselberg, jefe de la Compañía Petrolera de Tiumén (TNK), que, por un centenar de millones de dólares, ha recuperado para Rusia una importante colección de huevos de Pascua del joyero Fabergé. El régimen, sin embargo, no se conforma con este tributo. Según el presidente de la Cámara alta del Parlamento, Serguéi Mirónov, los oligarcas tienen la "obligación" de seguir iniciativas como la de Vekselberg.
También la Iglesia ortodoxa rusa ha marcado pautas a los oligarcas y ha publicado una lista de mandamientos éticos entre los que figura la responsabilidad social del empresario. El metropolita Kiril advirtió de que la Iglesia procurará que se conozcan los nombres de quienes no suscriban su documento.
Sin apenas echar raíces, el sistema de contrapesos democráticos se desmorona en Rusia. Las instituciones y los políticos que podían asumir un papel independiente se acomodan y, en parte, se diluyen en el sistema piramidal y arcaico, cuyo vértice es Putin. El viernes, la Duma (la Cámara baja del legislativo) eligió a Vladímir Lukín, que suspendió su militancia en Yábloko, como defensor del pueblo. Ante el Parlamento, que le apoyó con 333 votos (de 450), Lukín no mencionó Chechenia, escenario de numerosos atropellos. Svetlana Gánnushkina y Ela Pamfilova, de la comisión de derechos humanos adjunta al presidente, han denunciado las presiones sobre los desplazados de Chechenia, obligados a compartir la indemnización del regreso a su pequeña república con funcionarios corruptos.
Mientras tanto, personajes del entorno presidencial se sitúan ya para el futuro. El vicejefe de la Administración, Víctor Ivanov, por ejemplo, se ha fogueado en una reunión del Ministerio del Interior, que constató un aumento de la corrupción de la policía. Ivanov aspira a encabezar ese ministerio, después de que su anterior titular, Borís Grizlov, fuera elegido presidente de la Duma.
Los intelectuales críticos discrepan sobre cuánto tiempo puede durar la involución política en marcha. Unos creen que Rusia llegará a la democracia por medio de la crisis, y otros, que la democratización económica llevará sin más a la democratización política. Grigori Yavlinski, el líder de Yábloko, ha recomendado "tratar con delicadeza" el actual sistema porque su hundimiento podría desembocar en el "fascismo y nacionalismo", y no en la democracia.
El principal deseo que los ciudadanos formulan al presidente que será elegido el 14 de marzo es que Rusia recupere el rango de gran potencia, según el sociólogo Yuri Levada. De momento, Rusia tiene que habérselas con salvajes agresiones racistas como la que ha costado la vida a Jurshita Sultánova, una niña tayika de 9 años, en San Petersburgo. Jurshita, su hermano y su padre fueron golpeados por unos adolescentes que marcharon después por el centro de la ciudad profiriendo gritos racistas. Pocos días antes, los cabezas rapadas mataron a cuchilladas a un estudiante no ruso también en San Petersburgo.
Faltos de fuentes de información independientes, los rusos están hoy dispuestos a creer cualquier cosa de sus dirigentes, desde sus capacidades ilimitadas para resolver los problemas hasta las mayores perversidades, como indican las reacciones a la misteriosa desaparición del candidato presidencial Iván Ribkin.
La primera idea que se les ocurrió a los periodistas de la emisora Eco de Moscú tras el atentado del metro fue entrevistar a un ex agente de los servicios de seguridad rusos -hoy exiliado en Londres-, que acusaba a su antiguo patrón de perpetrar las explosiones de viviendas causantes de centenares de víctimas en 1999. Que los dirigentes rusos pudieran haber hecho una cosa así para justificar la segunda guerra de Chechenia sería grave; que los ciudadanos puedan imaginar a sus líderes capaces de eso y encima votarlos, es aún peor.
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