La arquitectura del despotismo inculto
La publicación de una de las primeras obras que se van a realizar en la ciudad de Valencia con motivo de los fastos de la Copa del América nos está alertando ya de por donde van a venir los tiros de la arquitectura que se está gestando. Una arquitectura trivial, que pretende obnubilarnos con formas sorprendentes que en realidad remiten de una manera superficial a soluciones de larga tradición, en este caso, las propuestas para el concurso de los Soviets de 1932 de Walter Gropius y de Naum Gabo, entre otras, aunque copiadas de una manera torpe, que pone en evidencia la falta de cultura arquitectónica y que, además, intenta apabullarnos con materiales y técnicas "novedosos, ligeros y sofisticados" cuando hace ya muchos años que el gran arquitecto Mies van der Rohe nos enseñó que los materiales no valen nada y que la modernidad está en lo que hagamos con ellos. Si las obras que se nos vienen encima van a seguir esta pauta, estamos ante una muestra evidente, una más, de una promoción y una gestión de la arquitectura pública valenciana no sólo despótica (porque ignora los mecanismos mínimos de encargos oficiales previstos en la legislación vigente que exige la realización de concursos públicos), sino también inculta (porque desprecia los más elementales niveles de calidad arquitectónica exigibles a cualquier obra oficial).
Un despotismo inculto, pero no ignorante o improvisado. Porque este proyecto pone en evidencia un proceso meticulosamente programado que responde a intereses muy concretos y sabe cómo conseguirlos. El modelo de actuación es, en realidad, muy simple y ha sido puesto en práctica en innumerables ocasiones durante los últimos años en esta ciudad. Se trata de desviar la atención de la opinión pública mediante obras que deslumbren como fuegos de artificio (a los que los valencianos somos tan aficionados) para que sea más fácil colar la amarga píldora de una especulación galopante y una destrucción carroñera de la ciudad y la Huerta. En definitiva, se trata de dar el almibarado jarabe que haga más digerible la medicina. Porque junto a cada obra deslumbrante y efectista que sólo pretende obtener el beneplácito de un publico cauto y entregado, va siempre, inseparable y necesariamente unida, una actuación especulativa de grandes vuelos.
Este mecanismo fue ya ensayado con éxito por primera vez en la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Cuando el primer gobierno de Zaplana llegó a la Generalitat y, de una manera bisoña, pretendió interrumpir las obras en marcha porque no quería asumir como imagen propia lo iniciado por el gobierno anterior, los auténticos "amos" le llamaron la atención porque lo que allí se estaba gestando no era un problema de imagen sino unos intereses económicos muy concretos procedentes de la urbanización de la Avenida de Francia y las huertas de Monteolivete. El espabilado imaginero Calatrava, que no hay que olvidar que obtuvo el encargo de un equipo de gobierno con otras siglas, sacó a los políticos de la difícil situación cambiando la imagen de la obra (o sea, sustituyendo el pirulí por el mazinger) sin poner en peligro los intereses en juego, y de paso, enterró varios miles de millones (de pesetas de entonces) en las obras iniciadas, y varios más en el cobro de nuevos honorarios facultativos. Todo ello a cargo de los presupuestos oficiales, a fin de que no se esfumaran los beneficios privados. La relación entre el Palau de Congressos y la urbanización de la salida hacia Ademuz (con la consiguiente desaparición de la huerta de Beniferri y Benicalap), o entre el L'Oceanogràfic y la ZAL (con la desaparición de La Punta), o la prolongación de Blasco Ibáñez y estas piscinas (con la destrucción del Cabanyal y la escandalosa privatización del balneario de las Arenas) son todas actuaciones cortadas por el mismo patrón.
En fin, no se trata de descubrir nada, sino sólo de evitar que se utilice a la maltrecha arquitectura para encubrir otro tipo de vergüenzas. Las fantasías gratuitas, caras, caprichosas e incultas, que se levantan para engañar con sus brillos casposos a los pobres ciudadanos de a pie, no son arquitectura digna de ese nombre. Es necesario decirlo así de claro porque esta ciudad se merece algo mejor. Y soslayar los mecanismos previstos que garanticen al menos unos resultados aceptables mediante los concursos públicos de proyectos adjudicados por unos jurados competentes es, no sólo fraudulento, sino estrictamente ilegal.
Juan Calduch Cervera es profesor de Composición Arquitectónica.
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