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Columna
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Campaña en sueños

A fuerza de no situarse en la normalidad, en la escala jerarquizada de los problemas y expectativas de la ciudadanía, la vida institucional vasca se parece cada vez más al famoso monólogo de Segismundo de Calderón. Al frenesí, la sombra o la ficción de sí misma. A un estado inconstante, movedizo, donde aparecen difuminados, cuando no directamente confundidos, los límites entre realidad, sueño o ilusión. O, por seguir al amparo de la literatura, las fronteras entre la historia que sucede y el discurso o el relato que se utilizan para representarla.

Decidí hace unas semanas no pronunciarme sobre la campaña de apoyo a las víctimas de ETA, presentada por el Gobierno vasco. La razón era simple, no me había gustado su diseño, y no quería que mis objeciones formales al anuncio empañaran el sentido y la oportunidad de esa iniciativa. O por decirlo de otro modo, me creó cierto conflicto ético colocar un asunto tan serio y un pronunciamiento institucional tan esperado en el contexto de una reflexión de crítica estética. Me voy a mantener en mis trece. No entraré en la forma del asunto. Sólo en el fondo que, entiendo, han desvirtuado y/o convertido en representación ficticia los propios promotores de la campaña.

Hay una diferencia enorme entre Estibaliz Garmendia, recogiendo en el Ayuntamiento de Andoain una medalla al mérito, y la mujer que en el anuncio citado representa a las víctimas de ETA, pintándose los labios con una bala. Estibaliz Garmendia es real, la viuda auténtica de Joseba Pagazaurtundua, que más ciertamente muerto no puede estar. La otra mujer es una actriz que interpreta el papel de una víctima. La casa de esa mujer del anuncio es un plató; su soledad y sus palabras también son ficticias, se ajustan a las indicaciones de un guión y cesan con éste. En las soledades y en las casas de la realidad, completar el discurso del dolor, el vacío o el miedo no equivale a agotar sus secuencias; ni apagar los focos significa acabar.

En un mundo normal, señalar todas esas diferencias entre realidad y representación no tendría más sentido que el propio, esto es, el de servir a los objetivos de la autenticidad: se representa a las víctimas con el genuino propósito de no olvidarlas, de tenerlas en cuenta en el discurrir (que es pensar y mover) tangible de la vida social y de la actividad de gobierno. Pero no vivimos en un mundo normal sino en una especie de monólogo de La vida es sueño, en la confusión deliberada de las fronteras entre lo cierto y lo fingido; en los trechos intransitados del dicho al hecho. Como quien dice en el interior de la ficción, del anuncio, de lo que pasa.

Recuerdo ahora, ilustrativamente, que en el momento de las presentaciones públicas el lehendakari dijo de la citada campaña que era una invitación "a reforzar los lazos de solidaridad y cariño con las víctimas de la violencia de persecución". Y que casi en las mismas fechas, el nuevo presidente del PNV, Josu Jon Imaz, se pronunciaba con esta contundencia: "Vamos a defender con uñas y dientes el derecho de todas las personas de este país a pensar y a defender sus legítimos proyectos políticos. Y los 31.000 afiliados de EAJ-PNV tenemos que conformar un auténtico ejército de solidaridad activa hacia todas las personas amenazadas en este país. Porque no hay nación libre sin personas libres". Y sin embargo, lo sucedido después hace suponer que era mayormente a las víctimas del anuncio a las que se referían con esas palabras, no a las reales.

Porque el lehendakari viajó hasta Madrid para presentar a la mujer que se pinta los labios con una bala. Pero Estibaliz Garmendia recogió sola, quiero decir, sin presencia de representantes del tripartito de gobierno, su medalla. Y en cuanto al "auténtico ejército de solidaridad activa", el día de esa ceremonia lo cierto es que no se presentó. ¿Deserción, objeción de conciencia, insumisión? No puedo precisarlo. Los límites se me aparecen confundidos, como en un mal sueño.

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