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Tribuna:DEBATE | China: ¿'amenaza' u oportunidad para la UE?
Tribuna
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Un diamante en bruto

Hablar de China ya no debería sonar a chino. Decir lo contrario constituiría cuanto menos una aberración, dada la enorme influencia económica que ya ejerce tanto en Europa como a escala mundial. Por su indudable potencial, China es un diamante en bruto que constituye hoy por hoy un elemento crucial en la toma de decisiones industriales y laborales de la mayoría de los gobiernos europeos, así como en las prioridades expansivas de toda empresa partícipe en el proceso de internacionalización actual.

Hasta no hace mucho, la falta de conocimiento ha supuesto una traba para la entrada en el mercado chino. En la actualidad, la información disponible se desborda, y en ocasiones incluso trae cierta confusión. Para los españoles, como europeos que somos, es importante conocer cuáles son las oportunidades y los riesgos existentes en China. La cuestión es encontrar el modo menos erróneo de pulir el diamante en beneficio de todos.

China es crucial en la toma de decisiones industriales de muchos Gobiernos europeos
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El comercio, no la guerra

El vertiginoso y rápido crecimiento económico de China en estos últimos años se explica en gran medida por las exportaciones y la inversión extranjera. El "factor extranjero" ha constituido, por tanto, una variable fundamental en el empuje económico. Aunque esta estrategia sea más un medio que un fin para China, es muy probable que perdure unas décadas.

Los países miembros de la Unión Europea han contribuido a abrillantar el diamante a través de la firma de convenios bilaterales al más alto nivel, la celebración de ferias, la firma de jugosos contratos empresariales, la promoción de un marco legal más sólido, la asistencia técnica o el diálogo político. Aunque en ocasiones el entendimiento no siempre ha sido mutuo o se ha quedado en meras declaraciones, y China no ha constituido una prioridad para la UE, centrada más en problemas internos y en la ampliación, es indudable que la zona euro tiene más margen de actuación por la fortaleza de su moneda. Sin duda el creciente déficit comercial de 30.000 millones con China no ayuda, pero al menos el síndrome anti-China de Estados Unidos no nos ha contagiado, a pesar de pérdidas de empleo en sectores de producción manufacturera. La reciente visita del presidente Hu Jintao a París ha sido buena muestra del síndrome pro-China europeo. Además, la modernización de muchos de los sectores industriales europeos parece atraer la atenta mirada tanto de las autoridades como de los empresarios chinos. La complementariedad puede por fin convertirse en realidad. Por ello, lo que importa es ir al grano: perderle el miedo a China y ser partícipe de su potencial. Para ello es requisito sine qua non vislumbrar los puntos fuertes de ambas partes. Porque las oportunidades... no faltan.

Por un lado, China no sólo es miembro de la Organización Mundial de Comercio, lo que en teoría garantiza una mayor transparencia y apertura de sus mercados, sino que es la sexta economía mundial en términos de PIB y la quinta potencia comercial. Aunque en 2006 se unifique el código fiscal para las empresas nacionales y extranjeras, poniendo en pie de igualdad a ambos tipos de empresas, y limitando con ello las ventajas fiscales de las empresas extranjeras en las zonas económicas especiales, los inversores extranjeros en general seguirán estando mimados por su efecto expansivo en la producción industrial y la creación de empleo. También la estabilidad política y la práctica ausencia de atentados terroristas en China contribuyen a que el factor país-riesgo sea mínimo. Esta amalgama de elementos convierte, por tanto, a China en una fuente de oferta y de demanda: mientras ofrece a los inversores una mano de obra abundante y trabajadora con bajos costes, testimonia igualmente el surgimiento progresivo de una clase media consumidora -que se prevé sea de 160 millones de personas en 2010- y la sed de expansión internacional de inversores chinos dispuestos a apostar en otros mercados.

Por otro lado, la UE necesita seguir explotando su presencia en los sectores de la maquinaria, la tecnología, los cosméticos, los automóviles, los farmacéuticos y la electrónica, que hasta ahora han contribuido a optimizar la estructura industrial de China. Igualmente, los inversores chinos podrían aprovechar la fortaleza del euro e invertir en información y tecnología, sistemas de comunicación, ingeniería biotecnológica o reciclaje de energía, por citar algunos de los sectores más emblemáticos de la zona euro. Aunque China carezca todavía de marcas reconocidas globalmente o de experiencia inversora fuera de sus fronteras, con la excepción quizá de empresas como Haier, Sinopec o Huawei, es el momento de ver a China como un socio empresarial internacional, y no sólo como un centro de ensamblaje.

Obviamente, también existen trabas que pueden frenar el efecto magnético entre ambas economías. En China perduran los problemas internos, de carácter fundamentalmente social: el creciente desempleo urbano, el excedente laboral en las zonas rurales, las disparidades regionales. Pero, aunque duela decirlo y sin ánimo de ofender a la población china, estos elementos de inestabilidad no afectan directamente a los empresarios o incluso a los gobiernos europeos, por lo que no deberían entreverse como un freno en las relaciones bilaterales.

Sí pueden considerarse, sin embargo, como dos riesgos perniciosos la fragilidad del sistema bancario y el carácter impredecible del ámbito financiero a medio plazo. A pesar de la reestructuración bancaria, se sigue arrastrando un 50% de préstamos de dudoso cobro, equivalentes a unos 395 millones, mientras que las pymes no estatales y las empresas extranjeras no pueden acceder a los préstamos y créditos con la misma agilidad que las empresas estatales. Igualmente, las presiones sobre la convertibilidad y la revaluación de la moneda hacen más complejo el panorama financiero: mientras el yuan siga sin ser convertible en la cuenta de capital, estará menos sujeto a especulación, pero puede también tender a bloquear los intercambios con otras divisas y obstaculizar las operaciones comerciales; aunque se disponga de unas reservas de divisas de algo más de 315.000 millones, que en gran parte se destinarán al saneamiento de los bancos, no conviene revaluar en pleno proceso de reformas bancarias y expansión exportadora. Para tranquilidad de los importadores europeos de productos chinos, no está prevista una revaluación a corto plazo, aunque a medio plazo es probable una flexibilización de las bandas de fluctuación del tipo de cambio.

Existen además otras dos tendencias que resultan impredecibles, pero que no deberían crear demasiada paranoia entre los europeos: el recalentamiento de la economía y el riesgo sanitario. Se teme que las rápidas tasas de crecimiento se traduzcan en una burbuja inversora, que podría a la larga inflarse, explotar y dañar al resto de la región asiática. Sin embargo, el bagaje del pasado ha equipado al Gobierno chino con la predicción y el control necesarios ante excesivas presiones inflacionistas. No debería convertirse en un mayor problema siempre que la oferta monetaria se mantenga bajo control. En lo que respecta al riesgo sanitario, ha demostrado ser pasajero y tener un reducido impacto sobre la economía de China, la inversión extranjera y las relaciones comerciales. De hecho, por mucho SARS o gripe aviar que haya, el vaso hay que verlo medio lleno: el talón de Aquiles sanitario abre las puertas a más inversión en la mejora del sistema sanitario, tanto en lo que respecta a I+D como a la infraestructura.

Los países más desarrollados en el marco de UE ya han empezado a pulir el diamante chino. Ahora le toca a España.

Leila Fernández-Stembridge es profesora de Economía de China en la Universidad Autónoma de Madrid.

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