Lo normal
Se lee en un periódico de la casi Corte: "La vida en Iraq tiene un cierto símil con la normalidad". ¿Cabe decir de modo más refinado que la vida iraquí parece casi normal? De esta manera solíamos decirlo en mi juventud. Nuestro proclamado progreso cultural autoriza a expresarse así: "El niño tiene un cierto símil con el jefe de su padre"; o cosas menos tiernas como "¡qué símil con la idiocia tiene usted!". La enérgica indiferencia ante el idioma que padecemos introduce en una nueva normalidad lingüística, de la que constituye buena prueba el ejemplo anterior. Es tanta como la normalidad de Bagdad.
O sea, lo normal. Resulta apasionante el empleo que la gente joven está haciendo de esas dos palabras. Una historia que oigo mucho en mi intensa vida nocturna de radio consiste en que un o una joven, tal vez adolescentes, cuentan para bien o para mal su última aventura de discoteca: que conocieron a tal o cual, que bailaron, que pronto hubo química entre ellos mediando la pastilla y los cubatas, que se pusieron a cien, y luego, pues "lo normal" (otras veces dicen, y es más bello, "lo típico"). Eso exactamente está pasando con nuestra lengua, personas que, sin conocerla, se le acercan, la toquetean y después sucede lo que tiene que pasar. Veremos algunos resultados de ese juntamiento desamorado.
No han pasado muchos días desde que el ministro de Fomento decidió no concurrir a las elecciones, y así lo contó el periódico de aquí mismo: "En una comparecencia breve y en la que no ha admitido preguntas, el ministro Álvarez-Cascos ha alegado 'motivos personales', y ha subrayado que se trata de una decisión 'personal e intransferible". Cabía esperar que ese intransferible fuera cosa del redactor, al cual le habría asaltado espontánea la limitación que imprimen al pie muchas invitaciones; pero no: los demás medios coincidían en texto y comillas. Esta declaración ministerial parece haber sido reproducida literalmente, y suscita la duda acerca de qué otras decisiones personales ha podido transferir el señor Álvarez-Cascos.
Por lo visto y oído, el Real Madrid ha de "centrarse en las tres competiciones en las que está inmerso el equipo"; "los dos tribunales más importantes del país andan inmersos en una oposición cainita"; "Sara Montiel sigue inmersa en pleitos para separarse de su caribe". Fantástica utilidad la de este adjetivo; entenderá mal quien quiera desentrañarlo con el Diccionario académico, el cual dice secamente que equivale a 'sumergido' y 'ensimismado'. O bien interpreta que esos ilustres sujetos están ahogándose, o debe pensar que están recogidos en su propia intimidad. Absurdos desciframientos ambos. Saldrá de dudas si consulta diccionarios ingleses, como el de Cambridge, con el cual entenderá que están completamente involucrados en algo, el Collins les informará de que se han metido de lleno en un asunto, y el de Oxford o el de Princeton les harán saber que están entregados totalmente a él. ¡Tantas maneras de decirlo, antes de someterse a inmerso!
Y esto de recurrir a diccionarios anglos va a ser normal mientras se va poniendo el sol sobre nuestra lengua. Otro caso: suelo oírlo por televisión en ese encantador momento dedicado a la moda que precede al telediario, con desfiles de suntuosos zarrios de los cuales emergen provocativas tetas y piernas exquisitas. Solemos verlo en casa mientras llegan las noticias sobre nuestra intromisión en Irak, y ocurrió que el otro día exhibieron pingos "de inspiración étnica". Lo comento y me dicen que hay música, bodas, comidas, escuelas, barrios, fiestas y mil cosas más igualmente étnicas. Me sobrepongo a la turbación por mi ignorancia, y me lanzo al infolio: ningún significado de étnico casa con todas esas cosas. Señala, dice, lo que pertenece "a una nación, raza o etnia", y pienso si aludirá a los vascos; pero no: se diría vascos y no étnicos. Menos puede pensarse tal cosa si acudimos a la otra acepción: "Gentil, idólatra, pagano". Evidentemente, el DRAE despista, buscamos algún indicio en diccionarios del área Bush/Blair y, en efecto, ahí está: ethnic, vienen a decir, califica a lo que es característico de una cultura muy diferente de la occidental, y que, por ello, sorprende. Todo muy claro y normal y típico: otra Invencible.
El genial antipoeta chileno Nicanor Parra se preguntaba sarcásticamente: "¿Con qué razón el sol / ha de seguir llamándose sol?". Es duda que comparten millares de conciudadanos, ante el teclado o el micro, bien ajenos al deseo expresado por Octavio Paz: "Llamar al pan y que aparezca / sobre el mantel el pan de cada día". Nada importa a muchos que, llamando al pan, les salte a la mesa una rana. Observemos algunos de estos sustos tan normales.
Leo que una adolescente violada ha dado en cinta. Jóvenes habrá a quienes, en un primer momento, leyendo eso, les resulte difícil descifrar que ha quedado embarazada, y no será extraño que algunos piensen que la niña se quedó algo así como en camisa, pero con otra enigmática prenda; ¿tal vez una sobria minifalda? Era antes normalísimo lo de estar encinta: como define brutalmente el Diccionario, es estar preñada. No creo que la gente de entonces, salvo pocos, supiera que a qué venía lo de encinta, pero al menos escribían la palabra bien apretada. Y muchos bachilleres sabían la razón: proviene del bajo latín incincta, 'desceñida', que es como solían -y suelen- ir las mujeres grávidas. Es voz muy antigua en las lenguas romances.
El error en cinta no falta en algún escritor de renombre, y sobre él recae el oprobio de la odiada ortografía. Esta casi nunca sale en los "dardos", y, menos aún la fonética, pero ¿no es chocante que, a estas alturas de la temporada futbolística, muchos informadores ignoren que Queiroz no se pronuncia como coz sino 'queirós' (sin más precisiones), y que el equipo serbio Partizan es partisan ('partisano', 'guerrillero'), palabra que tan usada fue durante la II Guerra Mundial con la acepción que, desde el italiano (partigiano), se extendió por las lenguas. Habíamos exportado guerrilla (francés guérilla, inglés guerrilla, italiano guerriglia), pero con guerrillero no hubo suerte.
Es normal aquello que carece de excepción, y, si la tiene, se nota que lo es. Quien hoy en el uso público del idioma no suscita disensiones parece extraño, excepcional. Lo habitual es la prevaricación: quienes la practican son tropel. Especial actitud destrozona puede percibirse si se leen algunas crónicas taurinas ("El torero recibió solo saludos") y, sobre todo, en ese vergel de provocaciones verbales que es el fútbol. En él han brotado pimpollos así: "Al equipo le falta un eje motórico", y contundencias retóricas de la manera que, elogiando a Ronaldo, emplea un lírico escribidor: "Es la bomba este tipo". Y para describir los apuros del Real Madrid ante el Betis, detalla con plástica escalofriante cómo el conjunto sevillano "empezó a apretarle los tornillos hasta que la cabeza le comenzó a crujir". ¿No es hermosa esta retórica? ¿Habrá alguien capaz de considerarla rara? Es tan normal como la luz de mediodía.
Fernando Lázaro Carreter es miembro de la Real Academia Española.
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