¿Quién hace caso?
En el momento en que Karl Marx elaboró su crítica de la filosofía de Hegel y dijo aquello de que la religión es el opio del pueblo, también escribió que la religión no hace al hombre porque el hombre no es un ser abstracto, agazapado fuera del mundo, sino que el hombre es el mundo de los hombres, es decir, el Estado, la sociedad, la polis (el hombre aristotélico: un animal político), etcétera. Marx, con apenas 24 años, sabía que la crítica de la religión era, más que nada, el repudio de un insoportable valle de lágrimas que la religión rodea, en cambio, con un halo de santidad. Todos a callarse y, si les dan, a poner la otra mejilla...
(Otra cosa dijo Marx con tal motivo: que la tarea que nos ocupa es averiguar la verdad del más acá, desaparecido el más allá de la verdad).
Pero Marx hablaba de otro tipo de sociedades, y en otra Europa, la de 1844. Tantos años después -y tantas tragedias-, la ajenidad de la religión católica respecto de las preocupaciones y los afanes del ciudadano parece la raíz de la imparable secularización de las sociedades modernas cuando son libres. En el caso de España, donde el nacionalcatolicismo menendezpelayista resultó ser una losa para la Iglesia oficial -tanto como para el franquismo que la ampara-, las estadísticas sobre religiosidad son demoledoras, en términos absolutos y, sobre todo, tomando como referencia datos de hace 40, 20 e incluso 10 años. Un solo apunte: en 1960 se declaraba "muy buen católico" o "practicante" el 91% de la juventud, porcentaje que cayó 30 puntos en 1975 y que ahora, según el informe Jovenes españoles 99, resulta irreconocible: apenas el 12% de los jóvenes de 18 a 24 años se dice "practicante".
Así que, más que preguntar-
se sobre cuántos católicos hacen caso a sus obispos en materias como el sexo, la familia o la práctica religiosa -también sobre la guerra de Irak, condenada por el Papa y sus prelados y tan cerradamente promovida por el muy católico Gobierno nacional-, cabría interrogarse sobre si España sigue siendo una nación católica, ya que no la famosa reserva espiritual de Occidente. Todo indica que no, aunque con muchos matices. Los subraya el teólogo Juan José Tamayo en Adiós a la cristiandad. La Iglesia católica española en la democracia, cuando analiza, con lujo de detalles, los muchos privilegios y el cuantioso poder que aún conserva esta religión, tanto en el propio Estado como en la esfera privada. Metido en esta ocasión a historiador, Tamayo concluye que la sombra de la jerarquía es muy alargada y que los políticos y los gobiernos, también los que se dicen de izquierda, siguen mirando con el rabillo del ojo a los obispos -reuniéndose con ellos en secreto, incluso- en espera de que aprueben sus conductas o , al menos, no las reprueben.
Pero los datos son testarudos. Los que José María Mardones aporta en La indiferencia religiosa en España. ¿Qué futuro tiene el cristianismo? son apabullantes y plantean serias dudas sobre si la jerarquía será capaz de detener la tendencia. Investigador en el Instituto de Filosofía del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y teólogo por la Universidad alemana de Tubinga, Mardones palpa el declive de la religiosidad en España y lo documenta con encuestas y experiencias. Llama la atención el altísimo porcentaje de jóvenes que dicen que su relación con la Iglesia les ha dejado indiferentes, o que el 71% de los encuestados suscriba esta afirmación: "No tengo necesidad de la Iglesia para creer en Dios".
¿El futuro del cristianismo en España? La respuesta parece jugarse en un terreno ajeno a los afanes y empeños de las jerarquías, a juzgar por sus últimos y extravagantes documentos. En todo caso, estamos hablando de teólogos nada oficialistas -Tamayo, perseguido de manera infame últimamente-, y haría bien la Iglesia en leer estos libros porque hablan de la historia reciente y real de esa religión en este país.
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