Un observador insatisfecho
Los ensayos filosóficos breves, de crítica histórica y cultural, que tuvieron tanta aceptación hace unas décadas a rebufo de la Escuela de Francfort, se han hecho raros en España aunque siguen escribiéndose con asiduidad en Iberoamérica. Para funcionar adecuadamente, este género exige suficiente erudición aunque sin aspavientos académicos, capacidad de síntesis, originalidad de enfoque y eficacia estilística. También algo más, quizá de mayor importancia, cierta irritable suspicacia ante lo comúnmente aceptado, una mezcla de impaciencia por lo que no llega y melancolía por lo que se perdió, una actitud globalmente insatisfecha. No es esto, no es más que esto, no debería ser esto... pero esto es lo que hay.
IN-MORAL
Enrique Lynch
Fondo de Cultura Económica
Madrid, 2003
252 páginas. 14 euros
Probablemente sea Enrique Lynch uno de los mejores cultivadores de este tipo de ensayo en nuestra lengua, de los más ágiles y ácidos (aunque sin hipérboles apocalípticas) y de los pocos que rara vez decepcionan las expectativas del lector inteligente. No es el caso determinar si siempre tiene razón -logro inhumano y desde luego no humanamente verificable- sino constatar que con asiduidad consigue estimular nuestra disposición racional, sin zarandearnos innecesariamente ni regatearnos la ocasional limosna del humor. De sus obras anteriores recuerdo con especial gratitud El merodeador y Prosa y circunstancia, sobre todo por lo bien que logra adecuar el paso de la literatura al de la reflexión filosófica. Y también porque su mirada sin complacencias sobre realidades españolas es la de quien se haya dentro de ellas y las conoce bien, pero guarda el saludable distanciamiento del que aún sigue llegando desde la otra orilla del Atlántico.
Su última entrega ensayística se titula In-moral, no ciertamente porque los trabajos aquí reunidos carezcan de ética o desafíen ninguna forma de moralidad, sino porque no presuponen militancia dogmática en cualquiera de las vigentes. Pero todos ellos responden a una perspectiva ética, es decir, no pretenden asumir la desnuda objetividad del entomólogo sino que toman postura a favor o en contra de lo que tratan, recomiendan o deploran, aceptan como inevitable la perspectiva valorativa cuando se habla de asuntos humanos tan empapados de aprecios y desdenes como la historia o la identidad. Si alguna definición moral hubiese que instrumentar para tales aproximaciones, yo creo que sería precisamente la insatisfacción (o, por decirlo al modo de Pessoa, el desasosiego) la nota dominante como trasfondo obstinado. Los temas considerados en estas páginas son variados pero al final Lynch los hace revertir en síntomas de nuestra implantación nada cómoda en el relevo de siglos que nos ha tocado vivir.
Para la historia y la literatu-
ra (excelente en la primera su reflexión sobre la noción de "amigo y enemigo" a partir de Schmitt y en la segunda su nota sobre el Markheim de R. L. Stevenson, uno de sus relatos más inquietantes) guarda Lynch el encabezamiento "morales de...". En cambio, cuando trata de la cuestión hiperreverenciada hoy de las identidades prefiere hablar de "moralinas". Ni que decir tiene que comparto la ética de lector expresada en tal distingo. Así como también simpatizo con otros desahogos del autor: ¿cómo negar la complicidad de la sonrisa a quien acaba sus reflexiones históricas con una meditación sobre el crepúsculo? Y si bien algunas strong opinions a lo Nabokov le estremecen a uno un tanto (caracterizar por ejemplo la Revolución Francesa como "una orgía colectiva de crueldad y destrucción organizada por un puñado de aventureros") otras risueñas extrapolaciones nos lo devuelven entrañablemente próximo, por lo menos a quien firma esta nota: "Buenos Aires es como Pal-ul-Don, el reino de las especies perdidas creado por la imaginación de Edgar Rice Burroughs para contar las aventuras de Tarzán". Es cierto, yo también he estado allí...
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