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Columna
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El juez inhumano

Los jueces tienen dos manos que no son como las manos de los demás, porque en una de ellas vive la justicia y en la otra la injusticia. A los jueces se les considera intocables, dado que son la ley, y cada vez que alguno de ellos dicta una sentencia incomprensible, se tiene mucho cuidado de empezar diciendo que, ante todo, hay que respetarla y acatarla, por mucho que se esté en desacuerdo con ella. Acatar es un verbo que parece mucho más apropiado para el ejército que para la vida civil pero, qué le vamos a hacer, así son las cosas.

Es verdad que hay mujeres que, tras pasar un calvario de miedo y golpes, son salvajemente asesinadas por el mismo hombre al que han denunciado treinta o cuarenta veces, y que la magistrada que la ignoró, que no quiso recibirla y la dejó desarmada y expuesta ante su verdugo salda su negligencia pagando una pequeña multa, como si el horror y el crimen tuvieran un precio. Es verdad que hay un juez que atenúa la condena de un violador porque tras consumar su canallada le ofreció un vaso de agua a su víctima. Y es verdad que hay otros jueces que no consideran que haya ensañamiento en apuñalar treinta veces a alguien, que disculpan al acosador, al delincuente de guante blanco o al apologista de la violencia. Todo eso es verdad.

Hay jueces que absuelven a una empresa constructora acusada de no contar con las medidas de seguridad apropiadas para evitar accidentes de sus empleados y condenan al trabajador que los demandó -un hombre que tras caer de un andamio quedó parapléjico- por no adoptar precauciones y haberse puesto en peligro. Y hay jueces que no ven riesgo de reincidencia en los miembros de una banda dedicada afanosamente al robo y la falsificación, como acaba de ocurrir en Madrid, donde la policía detuvo a 16 ladrones de los cuales 15 fueron puestos en libertad por una jueza y dos ya han vuelto a ser arrestados por seguir con su oficio, que es el de copiar los códigos de las tarjetas de crédito de los ciudadanos para comprar cosas con ellas o sacar su dinero de los cajeros automáticos. Todo eso es verdad y es increíble y hay que acatarlo. A la orden.

Mañana viernes, si nadie lo remedia a última hora, todos los madrileños tendremos que acatar la manifestación anticonstitucional que un grupo ultraderechista ha convocado para insultar a los demócratas de este país con lemas como el de "Vosotros, socialistas y comunistas, sois los terroristas". La tendremos que acatar porque así lo ha sancionado el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, que ha decidido autorizar la marcha, en nombre de la libertad de expresión y del derecho a ejercerla en la calle. Los convocantes están pegando por los muros de la ciudad carteles publicitarios muy explícitos, como uno en el que se ve el anagrama del puño y la rosa, que simboliza al PSOE, armado con un puñal y acuchillando a un hombre negro. Entre las consignas, confesadas de antemano, que van a gritar en su recorrido, desde la calle de Alonso Martínez hasta la plaza del Buen Suceso, están previstas la de llamar asesinos y racistas a los políticos de las dos formaciones de izquierdas. Eso es, exactamente, lo que ha autorizado el Tribunal Superior de Justicia de Madrid.

Hay muchas palabras terribles que se nos van a ocurrir a la mayoría de las personas que vivimos en Madrid cuando los jóvenes airados de esa cofradía siniestra pasen por el centro de la ciudad gritando sus feroces eslóganes, previsiblemente antidemocráticos y quizá ilegales, pero la peor de todas esas palabras es condescendencia. Pregúntenselo a ustedes mismos: ¿es la ley condescendiente con ciertos grupos, más o menos cercanos a la ideología o a la parafernalia fascista, que campean a sus anchas por Madrid, que agreden, destrozan e intimidan sin que nadie los perturbe ni les pare los pies? ¿Son los jueces y hasta las fuerzas del orden público condescendientes con esos muchachos que siembran el terror en las zonas de copas, en los campos de fútbol o en las discotecas del fin de semana? ¿Se les justifica de algún modo y hasta se les ve, en ocasiones, con simpatía?

La ley no puede ser al mismo tiempo incoherente y justa. Y decisiones inapelables como la que acaba de tomar el Tribunal Superior de Justicia de Madrid resultan justo eso: incoherentes, en el sentido de que uno puede encontrar mil razones para que esa manifestacion no hubiera sido autorizada y ninguna para lo contrario. Eso sí, a la orden, lo acatamos. Pero qué absurdo, tener que acatar un disparate.

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