Política del tiempo
No sorprenderemos a nadie si decimos que el tiempo se ha convertido en uno de los aspectos más polémicos de la organización de la vida cotidiana. Por un lado, crece la presión por la reducción de la jornada de trabajo o aumentan los servicios y las ofertas destinadas a organizar el ocio, el tiempo libre. Pero por otro, a pesar de ello, no dejamos de preguntarnos qué ocurre con ese tiempo que se escurre velozmente. "No tengo tiempo" es una de las frases más frecuentes de nuestra vida y que cada vez más es sinónimo de persona de éxito, de persona "de nuestro tiempo". Para poder pagar las letras del coche, la hipoteca de la casa adosada y las vacaciones previstas, todo lo que nos permitiría presumiblemente vivir mejor y disfrutar más de nuestro tiempo, hemos de correr de un lado a otro como poseídos y apenas logramos conciliar el sueño pensando en lo mucho que tenemos que hacer para poder no hacer nada por breves horas o días.
La cosa empezó, simplificando, con el reloj. Las nuevas ciudades, decía Gómez Arboleya, erigieron sus campanarios para desde allí divulgar la buena nueva de que las personas podían disponer de su vida, organizar su ciclo vital, usando a discreción el nuevo invento del tiempo. No más esclavitud solar. No más ciclos estacionales. Cada quien podía decidir su destino, disponer de su tiempo en las Villanuevas o Villafrancas fuera de la dominación feudal y secular. El héroe que se enfrenta a los parámetros divinos, señoriales y naturales que decidían los ritmos de trabajo y descanso tiene en el reloj su aliado perfecto. Disponer del tiempo era sinónimo de disponer de la vida, de disponer de tu destino. Y el tiempo empezó a ser valioso. Ganar tiempo, ganar fortuna. Pero luego llegó Taylor con sus cronómetros y sus diagramas para esclavizarnos y sacarnos el jugo segundo a segundo. Y ahí estamos. Sometidos a la esclavitud de algo que deberíamos mirar con una cierta animosidad y que en cambio hemos convertido en un objeto de deseo y en un signo de ostentación.
Los cambios tecnológicos han redefinido tiempo y espacio. La instantaneidad de las comunicaciones y la facilidad con que trasladamos personas y objetos han hecho mucho más global nuestro ámbito relacional. Podemos hacer cada vez más cosas just in time, aunque ello comporte más y más presión. Los espacios de socialización tradicionales no disponen de tiempo. Apenas si hay procesos de aprendizaje. Las escuelas ofrecen a sus alumnos con problemas de seguimiento escolar un tastet d'oficis para que en poco tiempo se orienten en la selva de la precariedad laboral. Como dice Sennet, el lema es "nada a largo plazo". Ya no hay narración vital, no es posible la acumulación de experiencias y de vínculos. Todo eso son cargas que entorpecen la sacrosanta flexibilidad que el mercado exige. Y si ese sacrificio no se produce prontamente, las empresas "no tendrán más remedio" que cambiar hacia espacios en los que encuentren personas sin tantos fardos vitales. Las familias han visto también destrozados sus tiempos. Por mucho que algunos de nuestros dirigentes se llenen la boca sobre la "responsabilidad clave de la familia", muchas de esas familias sufren lo indecible simplemente por subsistir, por seguir siendo, apoyándose muchas veces en las pocas abuelas que van quedando. Y cada vez cuesta más comer, cenar, hablar, aprender de manera colectiva y pausada.
Pero ¿podemos? Sendos trabajos de Teresa Torns y Sara Moreno que ha publicado la Fundació Nous Horitzons (www.noushoritzons.org) sobre el nuevo valor político de la cotidianidad y el reto que significa la variable tiempo en el replanteamiento de las políticas de bienestar son un ejemplo de que es posible y deseable repolitizar el debate sobre el uso del tiempo en nuestras ciudades. En Italia llevan tiempo hablando -y haciendo- sobre cómo diferenciar usos del tiempo, sobre cómo pensar los tiempos de niños, jóvenes, hombres, mujeres y personas mayores. En Francia se debate sobre los tiempos sociales. En Finlandia han probado con notable éxito la fórmula 6+6, que permite reducir jornada y alargar simultáneamente el tiempo de los servicios. Las experiencias de los bancos del tiempo en algunas ciudades españolas apuntan a que la preocupación existe también aquí y algo debería hacerse. No deberíamos aceptar como un dato que los tiempos sociales deben quedar indefectiblemente marcados por las necesidades productivas. Podemos usar los potentes medios de que disponen actualmente nuestros geógrafos y otros profesionales para hacer mapas de tiempos, analizar desajustes, extender capacidad de atención de los servicios, mejorar movilidades, repensar horarios de escuelas, centros sanitarios o bibliotecas (como en algunos casos se ha empezado a hacer). En una lógica participativa. Con implicación de la comunidad. Con capacidad de decisión de las autoridades locales.
Hay algunos que ya han expresado su posición. La patronal CECOT (Avui, 21 enero 2004) manifestaba que no podían aceptar que las tímidas medidas de la llamada "conciliación trabajo-familia" penalicen a los empresarios. Las empresas, decían, no contratarán a mujer alguna si ello significa pagar una peseta más que a otro trabajador. La solución, afirman, pasaría por dar más flexibilidad a la contratación laboral. Es curioso constatar que de hecho, cuando se habla de tales medidas de conciliación entre trabajo y familia, se acabe hablando sólo de mujeres. Es evidente el escasísimo uso que los hombres hacen de los permisos y de las alternativas de tiempo parcial, que en nuestro país son de carácter mucho más precario que, por ejemplo, en Holanda. Y ése es otro gran tema, la desproporción de los usos del tiempo entre hombres y mujeres, y la penalización constante de las últimas en el hogar, en el mercado de trabajo y en sus expectativas profesionales. Las medidas legales adoptadas prescinden de esa realidad, parten de una hipotética igualdad entre hombre y mujer, y por ello su aplicación acaba reforzando los roles tradicionales. No podemos tratar de trabajar con la diversidad de tiempos de cada quien para reforzar su autonomía individual si todo ello acaba generando mayores cotas de desigualdad. El reto es abordar de manera conjunta, participativa y con proximidad la batalla política de los tiempos sociales. Y son las administraciones las que han de empezar dando ejemplo de que ello es posible.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.
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