Defensa del usuario de los servicios sanitarios
Siempre me he considerado un hombre normal, hasta que tuve hijos. A partir de entonces me consideré principalmente padre, y después hombre. Un día perdí repentinamente a mi hija Alba. Su pérdida obedecía a una enfermedad invasiva que comparo, para que ustedes la reconozcan, a una meningitis, aunque no es exactamente ésta. Alba era una niña encantadora. Era mi hija de mi alma.
Cuando mi hija comenzó a presentar los primeros síntomas la llevamos por tres veces a los pediatras correspondientes. Cuando se estuvo a tiempo no fueron capaces de detectar lo que se avecinaba. Cuando se encontraba ya en la UCIP, me hicieron ver que era impensable haberlo detectado.
Cuando mi hija falleció, a los tres días de haberla acompañado al camposanto, me personé en la UCIP para darles las gracias porque observé que varios médicos se habían esforzado sobremanera con mi hija. Cuando mi intención era agradecerles lo que habían trabajado con mi hija, me empezaron a hablar de cifras y gastos que se habían empleado en el intento de sanar a mi hija.
No daba crédito a lo que oían mis oídos. ¿Cómo podían hablarme de cifras y de dinero en un momento así? ¿Es que quizá existe un baremo en el que si rebasamos la cuantía no moverían un dedo?
Este hecho desencadenó un mar de dudas. Me dispuse a investigar sobre las causas y hechos de la muerte de mi hija. Pude descubrir muchas claves que no puedo desvelar, pues el caso de mi hija está a la espera de resolución. Pueden adivinar que se emprendieron acciones legales.
También pude descubrir que no había puertas donde llamar en Andalucía para que me ayudaran a esclarecer lo ocurrido. Nadie sabía dónde debía acudir y el corporativismo médico oponía todas sus armas para que yo lo desestimara.
Decidí que esto no podía seguir así y fundé, junto con mi familia y amigos, la Asociación en Defensa del Usuario de la Salud Alba Infante Cruz (ADUSAIC). Mientras podamos, intentaremos ayudar a las personas que necesiten nuestros servicios.
Pero, irremediablemente, debemos ponernos en manos de los médicos y afortunadamente también he conocido a verdaderos ángeles que honran a los integrantes de esta profesión. Mi opinión al respecto es que las personas que dedican su vida a la medicina deben ser personas devotamente humanistas, sabiendo diferenciar entre humanismo y materialismo. Cuando alguien fallezca, debe ser porque la ciencia médica verdaderamente no pueda evitarlo, no por omisión de acciones.
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