_
_
_
_
Reportaje:REPORTAJE

El tercer acto del drama de Haití

Juan Jesús Aznárez

Durante la tiranía de François Duvalier (19571971), la mitad de los ingresos nacionales sufragaba su guardia personal, que despachaba a destajo cuellos disidentes para tranquilidad de palacio y complacencia de la oligarquía mulata o afrancesada. Haití representaba una tragedia de Racine con actores negros y los peores actos del drama shakespeariano Titus Andronicus, según escribió Graham Greene. Casi medio siglo después, la tragedia antillana continúa: el bandidaje político sofoca el Estado de derecho, el país vive de las remesas de sus emigrantes, de la caridad internacional y del mendrugo, y sólo 110.000 de los ocho millones de habitantes de la primera república negra de América Latina (comparte isla en el Caribe con la República Dominicana, entre Cuba y Puerto Rico) disfruta de un empleo formal.

En Haití hay un analfabetismo del 70%; muchos se aventuran en pateras para ir a EE UU o cruzan la frontera con la República Dominicana para trabajar allí de macheteros
Más información
Los disturbios contra Aristide causan 14 muertos en Haití

"La inestabilidad seguirá porque ni la presidencia de Jean- Bertrand Aristide puede acabar con las manifestaciones opositoras, ni la oposición puede tumbarle", subraya un alto funcionario internacional. Medio centenar murió durante las protestas de los últimos meses contra quien fuera llamado el cura de los pobres, transmutado en déspota colérico y corrupto, según la coalición que exige su renuncia. La gobernación de un país en el que algunos se pasean en yate, pero el 54% no tiene acceso al agua potable y la esperanza de vida retrocedió hasta los 53 años, sufre de precariedad y marasmo crónicos desde el cuartelazo de 1986 contra Jean-Claude Duvalier, Baby Doc, otro émulo de Tiberio, que gobernaba desde 1971.

Macheteros

"Aristide es un populista que ha traído más miseria", acusa el funcionario extranjero. Otros antes que él sentaron las bases de la ruina. Desconocida la esperanza, con un analfabetismo del 70%, legiones se aventuran en pateras rumbo a Estados Unidos y cruzan la frontera con la República Dominicana para trabajar de macheteros en la zafra de una nación mulata que aborrece la negritud. Cortan caña de azúcar o acarrean ganado en condiciones de explotación parecidas a las que, hace dos siglos, desataron la rebelión de esclavos cimarrones o libertos contra la explotación de Francia. Y al igual que otros padres de la patria de ínfulas napoleónicas, el ex sacerdote salesiano también prometió rescatar a las masas negras de la miseria.

Contrariamente, la economía se contrajo bajo cero, la deuda externa supera los 1.200 millones de dólares y el abismo social se ahonda porque, entre otros factores, Estados Unidos, la Unión Europea y otras naciones congelaron la ayuda asistencial al constatar su robo y la reencarnación del barbarismo político del siglo XIX haitiano.

"No hay mucho espacio para el optimismo. Si Aristide fracasó y lo tenía todo, era negro, pobre y querido, ¿quién podrá sustituirle", dice una fuente diplomática. A la espera del Mesías, el 51% de sus compatriotas padece desnutrición y paro, apenas ingresa un dólar diario, el carbón vegetal es fuente del 70% del consumo nacional de energía y la deforestación de más del 80% de la vegetación original vació los campos.

"La supervivencia de Haití descansa sobre los hombros de sus mujeres más pobres", según la profesora y autora Mirtha Gilbert. La capital, Puerto Príncipe, con 750.000 habitantes en el año 1982, alberga hoy a más de dos millones y la asistencia social es casi una quimera. La clase media o alta, minoritaria, dueña de la tierra y los negocios, pide un visado en los consulados si desea viajar, pero las oleadas migratorias a pecho descubierto arrancaron de los sumideros humanos de la capital y colocaron a millón y medio de desesperados en Estados Unidos o la Dominicana.

Cientos de miles partieron del noroeste, de cabo Haitiano, de Gonaïves, de las 13 comunas de la línea divisoria y del enjambre de chabolas de lata de Cité Soleil atravesadas por un canal, de 40 metros de orilla a orilla, que encauza detritus y fatalismo: Haití parece no tener remedio. Esas barriadas albergan a más de medio millón de personas y conviene escrutarlas con las ventanas del vehículo subidas para evitar la hediondez y las arcadas. "Peor que en África", compara un viajero que conoce el continente de procedencia del 99% de esta república en cuidados intensivos.

Pronto desembarcará una misión de alto nivel del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), temerosa de que la penuria alimenticia diezme los arrabales. Los haitianos desnutridos, los cerca de seis millones que apenas llegan a las 2.240 calorías diarias con su plato de arroz y frijoles, poco saben o entienden sobre las periódicas manifestaciones callejeras a favor o en contra del Gobierno. La mayoría no aparece en los padrones, no sabe leer, ni escribir, sólo habla creole y la supervivencia ocupa todo su tiempo. "Les da igual la política. Sólo saben que Aristide es negro como ellos", dice una cooperante europea.

Turismo mínimo

Lo es también el haitiano descalzo y en andrajos que dormita cerca del Palacio Nacional, encalado y hermoso, al pie de la estatua del general negro Toussaint Louverture, El Centauro de la Sabana, caudillo de las milicias esclavas independentistas del siglo XIX. Su descendiente levanta la vista y observa en silencio: el turismo es mínimo, y el visitante blanco, cosa rara. También los recursos. Un total de 500 millones de dólares de ayuda internacional permanecen congelados, las reservas son de apenas 25 millones de dólares, la moneda sufre constantes devaluaciones y la inflación se acerca al 50%. Las estadísticas sitúan a Haití en la ruta de narcotráfico hacia Estados Unidos y en el 134º lugar de los indicadores de desarrollo humano (IDH), al nivel de Somalia y Yemen, entre otros.

El presidente, sin embargo, prosperó, según el empresario y dirigente opositor André Apaid: "Es millonario y vive como un millonario". Cosas de los políticos porque la vida no cambia para los cientos de miles de vendedores ambulantes, que producen cerca del 50% del PIB, o entre los viajeros con mercancías baratas para revender que diariamente cruzan el puente sobre el río Masacre, uno de los degolladeros del genocidio perpetrado en 1937 por el dictador Leónidas Trujillo contra los haitianos residentes en la República Dominicana.

"Cortar cabezas e incendiar casas"

LAS 'CHIMERES' SON HORDAS progubernamentales cuya ferocidad recuerda la ejercida por los tonton macoutes durante la satrapía de la saga Duvalier (1957-86). En pintadas callejeras avisan sobre las consecuencias de un derrocamiento del presidente Jean Bertrand Aristide: "Koupe tèt, boule kay (cortar cabezas e incendiar casas)". El lema fue aplicado hace 200 años por el líder independentista Jean-Jacques Dessalines en su lucha contra el ejército napoleónico.

El Caricom (Comunidad del Caribe) ha exigido el desarme a esas bandas, "pero el problema es que, con un Estado debilitado, son uno de los principales apoyos de Aristide. Hasta la policía los teme", señala un observador extranjero. Disuelto el ejército en el año 1995, la policía tomó el relevo. El presidente dice que son "organizaciones populares" prestas a defender la democracia y la legitimidad de su mandato, que concluye dentro de dos años. La población, agrega, está siendo manipulada por una oligarquía de vocación depredadora y el aislamiento de Haití "apesta a racismo".

La oposición exige la renuncia de un hombre que fue cura de la teología de la liberación en los ochenta, esperanza de los pobres y demostró una gran capacidad de supervivencia desde su primera presidencia en 1990, derrocamiento ocho meses después y el regreso en brazos de los marines de Estados Unidos. Fue expulsado de los salesianos en el año en 1988 por arengar desde el púlpito, colgó los hábitos en 1994, se casó y tuvo hijos. Progresivamente cambió, incumplió sus promesas, y su partido, Familia Lavalá, fue tomado por la corrupción. "Se sirvió de la religión para fines políticos", según el sacerdote Max Dominique. "Siempre desconfié. Él tenía problemas para trabajar en equipo y siempre se refería a los pasajes más violentos de la Biblia".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_