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Columna
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'Flashbacks'

Fernando Vallespín

Con sus reflexiones sobre la "revolución sexual" y su influencia sobre los malos tratos a las mujeres, y el traslado directo de su doctrina sobre la sexualidad a las escuelas, los obispos españoles vuelven a introducirse en el espacio público español. Un espacio ya de por sí cargado de temas y llevado a una tensión casi insoportable después del caso Carod y de la habitual pugna preelectoral. Por si tuviéramos poco con los conflictos entre e intra partidos, la rehabilitación del debate sobre España y la anti-España y la retórica de vuelta al 36, ya sólo nos faltaba el ruido de sotanas para remover todos nuestros fantasmas familiares. Un frío observador exterior lo tendría fácil para concluir que estos españoles no aprenden de sus conflictos históricos. Y quienes participamos de esta jaula de grillos volvemos a envidiar, como diría el profesor Murillo Ferrol, a esos hispanistas ingleses capaces de asombrarse y deleitarse de las peculiaridades ibéricas sin tener que pagar el precio de padecerlas directamente.

Lo verdaderamente envidiable, sin embargo, son esos países en los que los gobernantes asumen sus responsabilidades ante la ciudadanía y se ven impelidos a dar buena cuenta de sus actuaciones. Después de habernos metido en una guerra por motivos que ahora se han mostrado inexistentes, el presidente Aznar no sólo no se da por aludido, sino que se vanagloria de su actuación ante el Congreso estadounidense. Con ello nos recuerda implícitamente nuestra minoría de edad y el reconocimiento de que el perfil de "gran estadista" se adquiere a los ojos de los otros, no de los propios ciudadanos.

No menos envidiables son todos aquellos sistemas democráticos en los que, con mayor o menor apasionamiento, puede procederse a una discusión racional y serena sobre los programas de los partidos políticos en liza en vez de volver continuamente a la gran cuestión, de indudables tintes metafísicos, sobre el quiénes somos. Y no sólo porque el permanente debate sobre las identidades oscurezca los auténticos problemas de la vida cotidiana. También porque no se presta con facilidad a los términos de un sensato intercambio racional. Esto ha quedado meridianamente claro en todas las escaramuzas dialécticas habidas hasta ahora sobre la cuestión de la España plural y sobre cuáles hayan de ser sus rasgos básicos.

El caso Carod ha vuelto a poner de manifiesto la inmensa capacidad que tienen estas cuestiones para revolver los sentimientos y las pasiones más profundas. Pero, quizá por eso mismo, ha contribuido a subrayar la facilidad con la que se puede caer en una gestión de las mismas puramente populista. Es imperativo, pues, abordarlas desde la frialdad de la inteligencia y con los ojos puestos en el futuro más que en el pasado. No fueron acertadas en este sentido las declaraciones de Maragall a la Cadena SER, reivindicando antecedentes históricos que no se ajustan al inmenso cambio socio-económico acontecido en este país a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XX. Y, sobre todo, reafirmando machaconamente la naturaleza separada del PSC respecto del PSOE. Es cierto que con ello responde al punto central de la crítica nacionalista a su partido y que no dejó de tender puentes para tejer un mayor entendimiento con el liderazgo del PSOE. Pero el tono general daba a entender una visión de la autonomía propia que, precisamente, casa mal con el objetivo de la España plural.

Establecer el ideal de la España plural equivale a buscar un nuevo acomodo a las demandas de la "unidad en la pluralidad", a repensar y reajustar el difícil equilibrio entre lo que es común y lo que es particular, entre autonomía y cooperación. Maragall sabe mejor que nadie que hoy esto ha de hacerse a través de una red cooperativa en la que la vertebración del Estado pasa necesariamente por la presencia de partidos de ámbito estatal, aunque algunos de estos gocen de un alto nivel de autonomía en determinadas comunidades, como es el caso del PSC. Sin ese vínculo necesario, la pluralidad se quedaría sin cobertura integradora. Y la unidad sin el enriquecimiento de lo diferente.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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